Creo que los seres humanos no podemos quedar
impasibles ante los dramas de los congéneres. Cuando anulamos la empatía y con
ello los sentimientos de compasión, humanidad, compresión y sensibilidad, perdemos
el valor humano; es decir, dejamos de ser humanos para convertirnos en seres crueles,
egoístas, rayando en lo sociópata, que nos descalifica como humanos.
En los últimos años están surgiendo en todo el mundo
y, por desgracia, también en nuestro país, un espíritu mezquino, miserable y
cicatero sustituyendo a los valores que deben reinar en toda cultura humana. En
la nuestra, al menos teóricamente y por el imperante credo religioso, la
acogida y la compasiva caridad deberían manifestarse.
En estas circunstancias y en concreto, me horroriza
la manipulación y el cinismo del señor Salvini, un soberbio y chulesco
personaje que carece, bajo mi opinión, de los principios básicos del humanismo.
Es un alumno muy aventajado de los populismos paranoides que se están cultivando.
Refiere que no acoge a los inmigrantes del Open Arms, para no crear un
precedente y se jacta de su cruel dureza. No tiene conciencia de que el problema
no es solo una cuestión de inmigrantes ilegales, sino de una situación de
emergencia humanitaria que reclama ayuda por ese abandono en pleno mar de los
tripulantes recogidos a la deriva. Las leyes internacionales y de la propia UE
así lo establecen y este señor se las pasas por el arco de Trajano, aunque sus
propios jueces le conminen a cumplirlas. Esa postura implica una actitud
delincuente. Tal vez habría que llevarlo a los tribunales y juzgarlo por
denegación de auxilio, un delito que, en este caso, rozaría la lesa humanidad,
puede que prosperara la demanda.
Pero, por otro lado, no es ajeno a ello el proceso de
socialización que se lleva a cabo desde infinidad de medios de comunicación y
estados de opinión, que siembran la nostálgica de los viejos tiempos y de
espíritu supremacista, racista y xenófobos cargados de intolerancia, orientados
a imponer dogmas anacrónicos que, en el pasado, nos llevaron al caos y la destructiva
guerra. Poderosos países de nuestro entorno toman peligrosas derivas totalitarias,
o al menos crecen sus adeptos entre los votantes. La segregación, la vuelta al
pasado nacional, en una ilusión de pura fantasía, pretende desmontar las redes
de cohesión, que se habrían de reforzar para evitar que, con la globalización, el
ciudadano pierda el poder de su voto.
La política se ha visto invadida por un conjunto de
sujetos de escasa, por no decir nula, moral que, más que solucionar problemas,
los crean para tapar sus vergüenzas. Sus vergüenzas son la sumisión al poder
económico, que los compra y, con ello, los controla. El mercado lo invade todo
y se preocupa de formar consumidores sumisos y trabajadores precarios dentro de
sus leyes globalizadoras, donde los estados cada vez tienen menos poder regulador;
ello garantiza su futuro control a nivel internacional al imponer sus criterios
bajo el chantaje y la amenaza a los estados que no colaboren en su desarrollo empresarial.
Su prensa y sus medios se van encargando de engatusar a la gente, sin
consideraciones de tipo ético, para crear estados de opinión beneficiosos para
su estrategia.
Por otro lado, crean miedo, miedo al terrorismo, miedo
a la diversidad social, miedo y rechazo al inmigrante que te viene a robar el puesto
de trabajo, al extranjero, al homosexual, al que piensa de forma diferente… pretendiendo
convertir al ciudadano en un alienado que perdió sus valores, o los cambio por
otros deshumanizados (eso no son valores). Pretenden una sociedad monolítica,
donde el sujeto sea un instrumento al servicio de una estructura superior,
donde mandan y disfrutan del poder ellos, que son o están inmersos en las grandes
corporaciones.
Para esta tendencia, es importante matar el
pensamiento libre, evitar que la filosofía y el razonamiento afloren como medio
de reflexión y crítica al sistema. Hay que domesticar al ser humano,
aborregarlo, y hacerlo servil para integrarlo en el feudalismo del siglo XXI y los
venideros. Tu señor es la empresa que te protege otorgándote el don de trabajar
para ella, y a ella te debes si no quieres ubicarte en la fría y oscura noche
de la marginación y la pobreza. El juego está claro, aprende a trabajar y a
consumir para que el dinero vuelva a sus bolsillos, así serás un modelo a
seguir en esta futura sociedad.
Mientras todo esto sigue fraguándose al ritmo requerido,
te van presentando otros problemas sangrantes para crear inmunidad a la
barbarie, al cinismo y la crueldad. Quieren que rechaces a tus semejantes, que
deprecies a los que no son de tu grupo, que odies lo diferente y que defiendas el
“conmigo o contra mí”.
En estos días estamos viviendo un drama de los muchos
que este mundo nos esconde, al que ya me he referido. El de la inmigración clandestina,
el de los temerarios, y para algunos peligrosos, aventureros procedentes de
tierras que fueron colonias de Europa en tiempos pasados, a los que se les
mostró la grandeza de nuestra civilización, los valores culturales y humanos
que nos caracterizan, los principios de igualdad y de derechos que nos amparan,
mientras se les expoliaban sus recursos naturales (cosa que se sigue haciendo
desde otra dimensión política)… Nuestras televisiones, vistas en todo el mundo,
son una gran ventana que propaga el buen vivir y el nivel y calidad de vida que
gozamos. Esa gran tentación, esa gran llamada de la que fue su metrópolis, es
irresistible cuando se compara con la miseria, la pobreza y penuria que azota
el continente africano.
Qué contradicción; antiguamente se iba a África a
buscar esclavos para venderlos, negociando con sus vidas con el más absoluto
desprecio, hoy vienen solos, jugándose la vida, dispuesto a ser esclavizados por
los herederos de aquellos desalmados.
Somos imbéciles, o mejor dicho muchos de nuestros ideólogos
políticos parecen imbéciles, aunque no lo sean y sepan a lo que juegan con su
maledicencia. Europa es un país que envejece a marchas forzadas, que necesita
mano de obra y vitalidad joven para desarrollarse. Vienen jóvenes, fuertes y con
motivación; integrémoslos acogiéndolos, formándolos en nuestros principios y valores,
enseñándoles a trabajar. Repoblemos las zonas vaciadas y hagámoslas productivas
de nuevo dentro de lo posible. Necesitamos juventud y gente emprendedora. Pero,
claro, para que un joven esté en condición de trabajar, como mínimo se tarde 16
años en conseguirlo, cuesta mucho esfuerzo y sacrificio, cosa que parecen no estar
muy dispuestos a hacer los matrimonios actuales. Estos vienen crecidos y, en
estas circunstancias, creo que es más fácil integrarlos que rechazarlos.
Hagámoslo, acojámoslos mediante un programa integral
que los integre (valga la redundancia). Estoy convencido, por propia experiencia
formativa, que, a pesar de las dificultades, se obtendrían mejores resultados
de los que se dan ahora, que acaban en guetos o grupos desarraigados de nuestra
cultura.
Dejemos, pues, el cinismo, la mezquindad y el
rechazo xenófobo que se ancla en las mentes obtusas y resistentes a argumentaciones
lógicas. Comprendamos que la historia de la humanidad es una historia de migraciones;
unas veces buscando mejorar la vida y tras conquistando y sometiendo a los
demás en el propio beneficio. ¿No sería mejor reflexionar comprendiendo la previsible
evolución del mundo?