En estos días pasados se ha hablado mucho de
machismo, de la igualdad entre el hombre y la mujer, de unos mismos derechos,
de la lacra del maltrato de género con sus terribles consecuencias; cuestiones
que se han de enmarcar en la más pura racionalidad de una legislación justa y
que se ha de cumplir. Existe una realdad incuestionable respecto a esa desigualdad,
suficientemente demostrada, que sigue siendo motivo de reivindicación para los
defensores de la paridad legal y real de género.
Todo ello, como siempre, me ha vuelto a llevar a una
autorreflexión (digo lo de auto porque me lo he aplicado a mí mismo).Dado que
el machismo forma parte de una conducta o actitud social dentro de la cultura
de los pueblos o grupos, como es el caso de la nuestra, habría que entender que
se transmite por la educación. La educación no es exclusiva de colegios, sino
que, en este proceso, se implica y engloba, sobre todo a la familia, a los medios
de comunicación, a la formación en la calle y todo un conjunto de lugares y
actos donde va aprendiendo el niño los valores que le inculcan. El machismo se
da, de una forma anacrónica, en la mayoría de las religiones, también en
algunas ideologías, en las culturas sociales y resalto especialmente las
microculturas familiares. Nuestro padre puede ser machista, pero también
nuestra madre que enseña o exige a la niña conductas diferenciadas de las del
niño, mediante unos roles de género ya definidos. Los roles en libertad se han
negociar en la pareja, pero en el machismo se definen por pura estructuración
social. No seguiré en esta línea argumental dado que es de todos sabido cómo va
esta situación y cómo se suele generar.
Pero si hablaré del proceso que hemos vivido, sobre
todo en mi generación, la generación de los cincuenta, como yo le llamo.
Nosotros fuimos educados en el machismo de una dictadura que proclamaba la
sumisión de la mujer al hombre, como si fuera una posesión personal del marido,
el cabeza de familia, a veces demasiado cabezón, que desde su ignorancia, en
muchas ocasiones, debía asumir esa función. El hombre era libre de hacer y
deshacer, podía emborracharse, usar el burdel si era de su gusto, tener amante
y ser infiel a su esposa… “es que eso es de hombres”, se decía. A la mujer se
le exigía sacrificio, entrega, servir a la familia y administrar la casa en lo
cotidiano, fidelidad y obediencia a su esposo, sumisión. El adulterio femenino
estaba castigado por ley y, prácticamente, se toleraba el maltrato de la mujer:
“Si el marido le ha pegado será porque algo habrá hecho…” En los sesenta había
una famosa y popular canción llamada “El preso número nueve”, que hoy sería de
juzgado de guardia. La mujer tenía que ser honrada, cristalina, limpia, leal,
respetuosa con los principios religiosos que debía inculcar a los hijos… una
mujer de su casa, de su misa (sumisa, que era su misión), vamos. El pueblo se
encargaba de desprestigiar a aquella que no cumpliera las normas sociales, y
era muy habitual que se lanzaran las propias mujeres de la localidad al
despiece de la pieza, resaltando sus pecados, porque eso afianzaba las virtudes
propias de la criticona. En esos corrillos las feministas eran etiquetadas de
marimachos. Hasta el cura en el púlpito, a veces, tenía que amonestar al
beaterio que, cargado de frustraciones, eran más papistas que el papa. Hacían
un excelente trabajo de control social.
Y claro, con este escenario cómo quieres que no
saliéramos machistas los niños y las niñas, si desde pequeño se nos imbuía la
cultura machista y se nos inoculaba por la sangre alimentaria del día a día. Los
colegios segregados, las piscinas segregadas, los lugares de ocio condicionados
al acompañamiento del marido, los roles perfectamente definidos, etc. El
Nacional-catolicismo era plenipotenciario y llegaba a extremos sorprendentes
como el que me contaba una amiga mía, a la que le hacían duchar en el colegio
de monjas con la combinación porque, digo yo, no se sabría bien el sexo de los
ángeles y ellos lo veían todo. Qué barbaridad, un cuerpo creado por la gracia
de Dios se convertía en demoniaco por la gracia del clero. El pecado era
controlado y la desviación, aunque fuera de pensamiento, implicaba la confesión,
con lo que se le daba al cura una información precisa sobre cada cual y su capacidad
pecadora y los estímulos que la provocaban… (acceso a sus ideas).
Pero antes de seguir me permito abrir un breve
paréntesis para resituar mi explicación. En este punto no estaría de más
retomar el artículo escrito en mi boog hace 7 años, un artículo llamado “Nuestro
sofrware y nuestro hardware” (Cliquer
aquí para cargarlo). En él planteo (salvando por supuesto todas las
distancias habidas, que no son pocas) el símil del ordenador para el funcionamiento
de la mente. Nuestra herencia genética nos proporciona el hardware definiendo
la calidad del ordenador que adquirimos, su memoria, la capacidad de su
procesador y demás características técnicas; es decir, nuestra salud,
inteligencia y soporte de los procesos cognitivos según esta. Por otro están
los programas que introducen al ordenado, el sofrware, que ya no los podremos
borra de la memoria, al contrario que en el ordenador. Los programas que nos graban
son los educativos, la formación y el conocimiento, los valores sociales,
principios ideológicos, religiosos y la cultura social, con las conductas aceptadas
y rechazadas.
Dicho esto, comentaré también que la generación
referida ha vivido, sufrido y realizado los mayores cambios habidos en nuestro
país, tal vez, en su historia. Ha transitado desde una dictadura férrea,
dogmática y casi teocrática, a una democracia hoy bastante consolidada, aunque
manifiestamente mejorable por el factor ideológico residual que permanece. Esa
generación de mente abierta, le ha dado la vuelta a la tortilla, sufriendo su
propia metamorfosis a caballo de los cambios. Siendo verdad incuestionable que
continúan existiendo diferencias y marginación de género, no podemos negar que
ha habido una revolución impresionante al calar en una amplia mayoría social el
concepto de igualdad de género.
Los chicos y las chicas nacidos en las décadas de
los 40 y 50 fuimos educados en una cultura machista, y, habiendo asumido el
tránsito hacia la igualdad, permanece en nuestro interior el ramalazo de
machismo, en mayor o menor medida, que nos inocularon en la infancia. Esa
disonancia cognitiva subconsciente, que conflictúa nuestra relación de pareja y
condiciona la introyección del pensamiento igualitario, es producto de la
confrontación entre la razón y el impulso latente. Hemos tenido que acoplar
nuestro sofrware viejo, que guarda los esquemas de ese impulso latente, a la
racionalidad de los nuevos tiempos sin desinstalar el antiguo programa, sino
modificándolo para neutralizar el troquelado que nos hicieron. Esto lo hemos
tenido que hacer tanto el hombre como la mujer, que ha luchado por la igualdad
sin abandonar su compromiso de ama de casa en la mayoría de las veces. En todo
caso, lo importante es que en la relación de pareja se pueda haber realizado la
transición con acuerdos libres entre las partes, organizando los roles en
función de las competencias y deseos de ambos desde un poder igualitario.
Concluyendo: Muy a mi pesar, yo soy un machista
residual. Lo soy porque siguen estando, en la más oscura profundidad
subconsciente de mi mente, los principios que me inocularon en mi infancia; eso
lo sé y esa conciencia es la que me permite controlarlos racionalizando la
situación de conflicto entre mis convicciones actuales con los principios que
me troquelaron de niño. La vida me ha sometido a un proceso de cambio donde mi
conciencia y razonamiento me llevaron a cuestionar lo que me enseñaron de
pequeño, mientras esa enseñanza se escondía en las profundidades de mi mente
tirando de la cuerda que ataba mi pensar al pasado educacional. Eso, queramos o
no queramos, nos ha pasado a todos los de mi generación, en mayor o menor
medida. En todo caso, para terminar esta argumentación no estaría de más darse
una vuelta por otro artículo que colgué en mi blog, que habla del ajuste de
roles en la pareja y que puedes cargar (cliqueando aquí). Está sacado de una
conferencia que ofrecía en el Aula de Mayores de la Universidad hace algunos
años. Tal vez allí se pueda entender mejor ese tránsito que hemos tenido a lo
largo del proceso adaptativo al que me he referido, una visión del camino
recorrido.
1 comentario:
Me parece muy oportuno que traigas a la luz este tema
del que no todos son tan conscientes como tú de que existe.
La bases está en educar a los hijos para que no ocurra.
Pensar que estamos en el S XXI y aún vuelta la burra al...
¿Cómo se decía?
Tú me entiendes.
Un abrazo
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