Llevo
bastante tiempo sin escribir en mi blog. Tengo desencanto político, rabia y
preocupación por cómo se está enfocando la problemática de nuestro país en
todos los sentidos. Tal vez por eso quiera hablar hoy de una generación que
pasará a la historia de España por su responsabilidad, fuerza y trascendencia.
A esa generación le llamo la “Generación de los cincuenta”. Ahí incluyo desde
los nacidos en la posguerra inmediata hasta finales de los cincuenta.
La
generación anterior a esta se vio inmersa en una guerra cruel, a muerte
fratricida. Dejó el país lleno de sangre, de cadáveres en las cunetas y de
injusticia, de odios y represiones, de chulerías del vencedor y de humillación
del vencido, de dictador y de exilio, hasta que sus hijos, la generación de los
cincuenta, le plantó cara al régimen y echaron abajo el muro de los Pirineos
para que España fuera Europa. Manifestaciones, cárcel, represión, grises a
caballo y mamporrazos, cañones de agua, torturas y un sinfín de presión. A
pesar de todo, aquella generación doblegó al régimen. Sus líderes prometían
democracia, derechos, igualdad, salarios dignos, pensiones garantizadas,
sanidad y educación pública con la garantía del Estado y cobertura universal… y
por eso lucharon.
Partiendo
de un país destrozado por la guerra y la miseria tuvieron las agallas de
levantarlo, de emigrar a Barcelona, a Madrid, al norte o a otros lugares que
prometían futuro. Aquella generación, con sus brazos, con su esfuerzo personal
y sacrificio, le dio la vuelta a la tortilla, levantó el país y cambió el
régimen. Ilusión, esfuerzo, trabajo, estudios nocturnos para compaginarlos con
la labor profesional, fueron haciendo de España un país más moderno y europeo.
El
catolicismo férreo, censurador y adoctrinador en lo más retrógrado, se chocó de
frente con una nueva generación de religiosos combatientes, comunistas algunos,
creyentes de la teología de la liberación otros, que hicieron suya la lucha.
Pasaron de la actitud sumisa, sí la de su misa y comunión dominical, a revelarse
contra la sumisión, que dejó paso a su misión renovadora y democrática. Eso
ayudó mucho, pues las iglesias eran, a veces, parlamentos democráticos donde se
reunían los perseguidos sindicalistas dada la inviolabilidad del espacio sagrado
para la policía.
Mientras
tanto, a esa generación, le costó comprar el Seiscientos o el Simca 1000, el
televisor en ByN, el pequeño piso… cargados de letras se siguieron esforzando
por mejorar su vida. Cotizando para mantener y consolidar el sistema sanitario,
pagando para tener una pensión digna el día de mañana. Fueron acudiendo a las
urnas cuando eran llamados para participar con su voto en la construcción y
gestión de la cosa pública. Se sacrificaron para que sus hijos fueran a la
universidad, para que no pasaran lo que pasaron ellos, para facilitarles la
vida y, a veces, se olvidaron que educar a los hijos no es darles todo, sino prepararlos
para ganarlo y crear su propia economía, hacerlos responsables, participativos,
luchadores, solidarios, pacifistas, tolerantes y a la vez críticos, pero
constructivos y exigentes de sus derechos. Vivieron bien sus hijos del esfuerzo
y la entrega de los padres, consiguieron que España tuviera la generación mejor
preparada de su historia.
Lo
malo es que sus políticos les fueron abandonando, traicionando aquel Estado del
Bienestar que habían fraguado y, tras someterlos a múltiples reconversiones y recortes,
mostraron su verdadera cara. De los ideólogos del pasado quedan pocos. La
ideología ha dado paso a la avaricia, al egoísmo del legislador o político
elegido por el pueblo para cumplir sus sueños. El cinismo y la engañifa se
instalaron en la política. La manipulación fue marcando el sentido de la
opinión. La posverdad, esa falsa verdad que se sustenta en la manipulación de
las emociones, en los miedos y en las vísceras, afloró como forma de dirigir a
los pueblos, potenciando la confrontación sin sentido de acercamiento, creando
hooligans, en lugar de ciudadanos libres, con inmensas tragaderas para
colársela doblada sin rechistar. La caja tonta fue haciendo tontos sumisos, comiendo
el coco, diciendo ahora que España va bien porque el PIB ha crecido. Cierto,
pero ha crecido en el bolsillo del que más tenía, porque otros ya no tienen ni
bolsillos.
En
esta tesitura de cambio y evolución, la Generación de los Cincuenta siguió en
la lucha, más cuando llegó la gran crisis creada por la banca y sus ingenierías
financieras, se descubrió el pastel y la crisis solo benefició a la banca y al
poder. Detrás estaba toda una hoja de ruta para romper el Estado del Bienestar,
despojar al propio Estado de su poder e ir rotando el timón hacia los intereses
de lo privado y de las multinacionales, que son las verdaderas beneficiarias de
la globalización. El neoliberalismo, que compró a los políticos, fue denostando
la gestión pública, vistiendo de brillantez a la gestión privada con su
marketing y sus medios de comunicación, obviando el gran fracaso de la gestión
privada que nos había llevado a la crisis pero que, ante la imposibilidad de
resolución sin contar con una banca fuerte (no se iba a privatizar la banca,
claro, para eso estaba la UE con sus leyes y normas neoliberales que lo
impedían), forzaron a los Estados a rescatarlas, o sea a cubrir sus pérdidas
milmillonarias, socializando estas pérdidas a costa de los ciudadanos… El poder
lo estaban ganado ellos y los Estados estaban en un brete ante esa amenaza.
Mientras se imponía la ley y la opinión de las teorías económicas que le
beneficiaban. Había que pasar a lo privado todo, la sanidad, la educación, los
servicios en general y, ya de camino, las pensiones. Los conservadores americanos, con Trump a la cabeza,
siguen las teorías neoliberales de Friedrich A. von Hayek, que bebe de Adam Smith,
intentando exportarlas a todo el mundo, al que consideran un inmenso mercado
libre con la globalización… su mercado, el de las multinacionales.
La
crisis había convertido a la generación mejor preparada de nuestra historia en
simplemente pre-parada, o sea parada previamente, porque se formó y no se supo
aprovechar ese caudal de riqueza, dada la incompetencia de los políticos y la
ausencia de mercado laboral. Entonces muchos de los miembros de la Generación
de los cincuenta, sostuvieron a sus hijos en casa, ya que solo encontraban
trabajos precarios, con salarios insuficientes para emanciparse. Ayudaron a sus
otros hijos casados y sus nietos para salir adelante, empeñando su propia
pensión, sus ahorros y bienes. Tras tantos años de esfuerzo seguíamos a la cola
de Europa, con pensiones bajas, salario mínimo por los suelos y una economía
precaria.
Y
aquella generación que tanto luchó, ya jubilada en gran parte, fue de nuevo
engañada. Mientras la corrupción campaba a sus anchas, los sueldos de los
políticos se incrementaban, el nepotismo seguía vigente, se rescataba a la
banca, a las autopistas y se ayudaba a las empresas… pero se recortaban los
presupuestos de Sanidad, Educación, la ley de Dependencia, la investigación,
etc. También jugaban con las pensiones dejando la hucha vacía (dicen las malas
lenguas que, en gran parte, el gobierno compró deuda pública del propio Estado
con ese dinero); o diciendo que incrementarían el IPC (0,25%), pero no contaron
que habría copago farmacéutico para jubilados, que el IPC en el que ellos se
basan está calculado con materia que no afecta al consumo del jubilado, por
tanto el incremento de los productos básicos que lo sustentan se diluyen con
otros que no le afectan.
Otra
gran mentira que fueron difundiendo es que las pensiones de los jubilados las
paga el contribuyente actual, cuando ya ha sido pagada por el jubilado
previamente y a lo largo de su vida laboral. El contribuyente o trabajador
actual paga la suya; no sea que luego los desarmen argumentalmente diciendo que
ya no hay dinero para sus pensiones ya que la hucha se quedó vacía. El Estado
es el avalista responsable de las pensiones y ha de recurrir a los presupuestos
para garantizarlas, eso es de cajón.
Bien,
con todo lo dicho hasta ahora y sin entrar en lamentables declaraciones de
políticos cínicos y demagogos, de chupópteros saprófitos que hacen leyes a su
favor y, sobrados de recursos, se permiten aconsejar planes de pensiones
privados a gente que no tiene ni para llegar a final de mes, que burlan leyes
de pobreza energética, que son insensibles ante el dolor y sufrimiento de los
sintecho y sin recursos, solo cabe que esa Generación de los cincuenta vuelva a
la calle, que saque su espíritu luchador y grite de nuevo por la decencia
política y económica, por la democracia verdadera y no la secuestrada, por sus
derechos y servicios públicos, por la justicia distributiva y contra el
desmantelamiento del Estado del Bienestar.
La
vieja generación, los jubilados de la “Generación de los cincuenta” vuelve a la
calle. Son gente curtida en mil batallas, aguerrida y motivada, los padres de
nuestra democracia, aquellos que cambiaron España y le dieron la vuelta a la
tortilla, aunque después fueran engañados. Son gente que, provenientes en gran medida
del semianalfabetismo, dominan con cierta soltura las tecnologías de la
comunicación y están dispuestos a dar la batalla. Saben que muchos morirán en
el empeño por motivos de edad, pero no piensan en ellos solamente, sino en sus
hijos y nietos, en que la calidad de vida no retroceda sino que mejore para su
descendencia. El combate está servido y
solo cabe que, desde su madurez no se dejen engañar, pero también que se sumen
los jóvenes a esta lucha, pues los beneficiados serán ellos. Si bien hay jóvenes
que ven a la Generación de los cincuenta con cierta altivez, porque no entiende
bien las tecnologías, puede que se lleven una gran lección de lucha para
defender sus derechos y consigan segregar la parte humana de la tecnología y
comprender que todo ha de estar orientado al bien de la comunidad y no de unos
cuantos. Por tanto:
¡VIVA
LA GENERACIÓN DE LOS CINCUENTA! Aunque solo sea 20 años más.