El otro día, si no recuerdo
mal, un político en el congreso acusó a otro de corrupción democrática. Lo
sorprendente es que acuse al otro sin mirarse al espejo. No
sé lo que entiende ese hombre por corrupción democrática, pero a mí me ha
obligado a pensar e intentar clarificar mis ideas respecto a ello. Yo había
escrito hace unos días que “este mundo lleva una marcha vertiginosa hacia la
mierda. Y cuando digo mierda me refiero a las heces que están cubriendo el
mundo de la política. Esas heces que están corrompiendo el sistema democrático”
hasta acabar con el mismo. Tal vez ese sea el objetivo final, el modificar el
sistema para entregar el poder a los grupos económicos y financieros a los que
andan sirviendo algunos, por no decir muchos o casi todos, de los implicados en
la gobernanza del mundo democrático. La crisis se ha instrumentalizado para un
mayor desarrollo del poder de las multinacionales y de la ideología neoliberal.
El ser humano pasará en el futuro a formar parte de un todo, perdiendo su
individualidad y teniendo que acoplarse a un macrosistema globalizado que todo
lo controlará mediante el uso de las altas tecnologías que ya se están desarrollando
y que se ocultan a la comprensión del ciudadano de a pie. Existe un gran
peligro en el uso de los adelantos en psiconeurofisiología y la capacidad de influir
sobre el cerebro de la gente y sus conductas, dando paso y mayor protagonismo a
la inteligencia artificial. Las tecnologías pueden liberar a la gente o pueden
someterlos, según el uso que se les dé, dependerá de qué intereses tienen los
responsables en la toma de decisiones y en el proceso legislativo que
condicione su uso.
Mi personal impresión es que
todo lo que está pasando tiene un sentido analítico experimental, que lleva a
conclusiones aplicables a los cambios sociales y estructurales que se avecinan.
La tolerancia de la ciudadanía con los cambios se va visualizando y en función
de ella se progresa en dirección al futuro. No se extrañen que dentro de poco
andemos con chips incorporados en lugar de los DNI, donde figuren un cúmulo de datos
sobre nuestra situación biopsicosocial, para evitar o neutralizar el miedo a
los atentados terroristas, o para tener acceso a determinados servicios, para circular
por las calles con garantía, para poder manejar los vehículos de última
generación o para tener reconocimiento social. Renunciaremos al derecho a
nuestra intimidad para sentir la garantía de la seguridad y la imbricación en
un nuevo sistema de relaciones sociales y estructura funcional.
Nuestro poder de reacción
está siendo analizado por los psicólogos, sociólogos y otros muchos expertos, como es
natural en todo sistema orientado al conocimiento científico, y de esas
respuestas se concluirá cómo actuar e influir sobre las masas, cómo crear estados
de opinión y manipular actitudes e ideas en beneficio del nuevo orden. Estarán pensado
a ver hasta dónde tragamos. Seguro que interesa en qué nivel de corrupción tenemos
el umbral de tolerancia y cómo se amplía o modifica ese umbral para conseguir
revertir el mando desde el sistema democrático a un sistema nuevo,
manipulativo, donde se vota y opina, pero condicionado por los medios de
comunicación y por el efecto hooligan, siendo permeable a las nuevas tecnologías
de la comunicación y educación o proceso formativo. He aquí el gran dilema: cómo se coordina la
aplicación de las nuevas tecnologías respetando las esencias del ser humano
para evitar someterlo a esas tendencias. Con esta línea argumental, que a alguno
le pueda parecer conspiranoica, dado que se fundamenta en apreciaciones
subjetivas, con una alta dosis de interpretación intuitiva, solo pretendo
alertar sobre un potencial devenir que condicione un futuro sin democracia, con
Estados y Gobiernos impotentes y la toma de decisiones en manos de
corporaciones o grupos donde el ciudadano no tenga ni voz ni voto.
Ahora, volviendo al análisis
del concepto inicial, me quedé pensando en esa nueva acuñación de: CORRUPCIÓN
DEMOCRÁTICA y si es compatible con esa afirmación mía a la que aludí al inicio.
Corrupción democrática, al menos para mí, sería alterar el sistema democrático,
apartándolo de su objetivo, para usarlo con pretensiones espurias y
desvistiéndolo de las bases o principios que lo sustentan y definen. No hablo,
ahora de las elucubraciones o disquisiciones que he planteado sobre el proyecto
soterrado que pudiera estar llevándose a efecto para un nuevo orden, del que
tanto se habla y ha hablado, sino de la realidad palpable que vivimos en el día
a día.
Si democracia es “el sistema
político que defiende la soberanía del pueblo y el derecho del pueblo a elegir
y controlar a sus gobernantes”, entiendo que hay tres elementos importantes en
todo funcionamiento democrático: uno es la incuestionable soberanía popular;
otro el derecho a elegir libremente, bajo unas condiciones homogéneas para
todos los partidos, a quienes quieres que te gobiernen en función de un
programa o compromiso político; y finalmente la capacidad de controlar
eficazmente a los gobernantes para exigirles el cumplimiento del pacto
electoral, es decir hacerles cumplir los compromisos que han adquirido con la
ciudadanía, o lo que es lo mismo, el buen uso del poder que le han delegado los
electores.
Cualquier alteración de
estos principios básicos, que enmarcan la democracia, podría considerarse
corrupción democrática, bien sea desde un punto de vista operativo o
ideológico. Por tanto, entiendo que podríamos encuadrar, en este término de
corrupción, estas y algunas otras conductas que suelen practicar muchos
políticos y/o partidos:
- No cumplir el programa votado alterando, con cualquier excusa, lo establecido.
- Jugar con ventaja en los procesos electorales bien por financiación o por trato especial a alguno de los contrincantes.
- Sustraer a la voluntad del pueblo las decisiones que le corresponden como soberano, modificando leyes de rango superior o del derecho internacional, sin someterlas a su criterio.
- No respetar e intentar influir en las decisiones de los otros pilares de la democracia, como son: el judicial, el legislativo y el ejecutivo.
- Usar en beneficio propio, o de sus afines, las estructuras del poder o pervertir el sistema administrativo para sacar ventaja partidista.
- Establecer redes clientelares, desde el gobierno, beneficiando a sujetos adeptos al partido, actuando con nepotismo.
- Mentir al ciudadano para eludir el control sobre la actividad que se desarrolla.
- El uso del cinismo y la mentira, de la manipulación y desinformación, para generar estados artificiales de opinión en la ciudadanía, que favorezcan al partido.
- Desde la concepción ideológica, alentar el golpismo para controlar la situación e imponer gobiernos o estructuras afines.
- Justificar dictaduras y gobiernos absolutistas que atenten contra los principios democráticos.
- Ser conniventes con los delitos de lesa humanidad, fueren donde fuesen cometidos.
- Substraer al debate público las cuestiones trascendentes mediante maniobras de distracción con temas de importancia secundaria o ajena a los intereses inmediatos de la ciudadanía.
Estos 12 parámetros pueden
ser significativos, incluso formar una especie de baremo con el que medir el
nivel de corrupción y/o de limpieza democrática.
Existe, bajo mi punto de
vista, otra variable de estudio sobre los niveles de corrupción democrática
existentes en un Estado. Me refiero a la cultura democrática del pueblo que
ejerce de elector y soberano. Mientras mayor tolerancia hay respecto a los
grupos políticos corruptos menor nivel de esa cultura encontraremos. Es
deseable que un Estado democrático se sustente sobre una sólida cultura
democrática de su pueblo, que cada ciudadano sea capaz de analizar y discernir
para valorar correctamente al poder político, no renunciando, en ningún caso, a
la responsabilidad que conlleva el ejercicio de la democracia, como es la
exigencia de ejemplaridad al mundo de la política y la preservación de su
soberanía en consonancia con el resto de ciudadanos que conforma el Estado. Renunciar
al ejercicio de la política, es renunciar a la propia soberanía, a la libertad
sobre la toma de las decisiones que te afectan. El hecho de existir políticos
corruptos es producto de nuestra inactividad y tolerancia. No es cuestión de
huir del problema, diciendo que todos los políticos son iguales, que es el
discurso de los defensores de los absolutismos dictatoriales, sino tomarlo por
los cuernos y reconducirlo hacia la buena praxis, en ética y conductas
políticas.
Cuando un Estado o país está
gobernado por gente de moral y acción corrupta y ese gobierno es avalado por el
voto mayoritario de la ciudadanía, nos encontraremos ante un supuesto de
déficit de formación y conciencia democrática del pueblo votante. En este caso,
el votante es cómplice del corrupto y realiza un perjuicio sobre sus
conciudadanos al obligarlos a padecer gobiernos que ejercen la corrupción.
Entiendo que hay mucho hooligan en esto de la política, que nuestra sociedad
cultiva una irracional pertenencia al grupo, al que se le perdona todo por ser
de los nuestros, pero, aún con estas matizaciones, hay un punto donde el ser
humano, el sujeto pensante, ha de poner límite y denunciar determinadas actividades
ilegales o ilegítimas de su grupo, sobre todo, por el bien y conservación del
propio grupo.
A modo de conclusión,
sugeriría el uso de esa relación de 12 conductas corruptas que atacan la
democracia para valorar e identificar a los partidos que nos representan. Sería
interesante ver ese ranking de corrupción y en función de ello tomar conciencia
de una realidad que nos envuelve, de la que nos quejamos desde un victimismo
irracional, dado que tenemos la solución en la mano al ejercer el derecho del
voto. Si están ahí es porque se les ha votado. Tal vez, si piensas libremente,
obviando esa faceta de hooligan, o de hincha futbolero, podrás valorar e
identificar ese nivel de corrupción para escapar de la responsabilidad, o
culpa, de apoyar, como cómplice, a quien la ejerce.
Por cierto, se me olvidaba
decir que el parlamentario que acusó al otro de Corrupción Democrática fue
Rajoy a Pablo Iglesias. Claro ejemplo de ver la paja en el ojo ajeno y no ver
la viga en el propio.