miércoles, 30 de marzo de 2016

En mi pueblo todos nos tocamos...

Vista general de 1947

Esto de los 8 apellidos vascos, o catalanes, o andaluces, o lo que fuere, que no deja de ser una chorrada, tiene una interesante versión en la búsqueda del parentesco entre la gente de la misma localidad, lo digo por el hecho de que si indagamos en los ascendientes de cada cual, encontraremos que puede existir un mínimo grado de vinculación familiar entre todos y cada uno de los habitantes de la localidad de origen. En mi caso, aludo a Cuevas de San Marcos, mi lugar de nacimiento. Mis ocho apellidos más inmediatos son: Porras, Cabrera, Molero, Martínez, Perez, Collados, Velasco, Pueyo… y así hasta los 91 diferentes que he encontrado por la línea masculina directa de mi madre y padre. Esto me lleva a una reflexión que me permito hacer y desarrollar desde la ociosidad del jubilado como alternativa a otras actividades de bar u ocio típico de la madurez.

Veamos: Cuevas de San Marcos, por su ubicación en el límite noreste de la provincia de Málaga, es un pueblo singular. Apartado de las vías principales de comunicación, con acceso dificultoso en el pasado, acabó siendo un pueblo marginal como dehesa de Antequera, hasta que en 1806 recuperó la entidad propia perdida con su conquista por los cristianos en 1424. Si bien continuó con vías de comunicación insuficientes para relacionarse con los pueblos vecinos, pues era un pueblo finalista en el sentido de esas vías.

Ello nos llevó a una importante endogamia. Era difícil buscar novia/o en los pueblos vecinos por los desplazamientos. A veces surgían noviazgos, con sujetos de otros lugares, en los trabajos temporeros de la recogida de la aceituna, la vendimia, siega u otros, pero eran los menos, y siempre sujetos a las desconfianzas de no saber de qué familia eran, si era gente de fiar y honrada. Ya se sabe que en el pretérito, se miraba mucho la calidad de la familia a la que se iban a enlazar los hijos e hijas. Para los noviazgos se requería el beneplácito de los padres, el visto bueno a la procedencia del o la pretendiente.

Era, pues, mucho más fácil y seguro buscar la media naranja en el mismo pueblo, donde se conocía todo el mundo y, además, se garantizaba la relación con los hijos por la proximidad y vecindario, evitando que la hija o el hijo se fuera a vivir al otro pueblo. Los padres y madres intentaban controlar, no siempre con éxito, las locuras del enamoramiento, evitando que sus hijas, sobre todo, cayeran en manos de indeseables, borrachos, pendencieros y jugadores… gente de baja calaña que las arrastrarían al sufrimiento y al maltrato. Pero también procuraban que la pareja elegida estuviera en consonancia con ellos, buscando así que las relaciones familiares se consolidaran y mantuvieran a lo largo del tiempo, llegando, incluso, a garantizar su propio cuidado en la senectud.

Ya sabemos que las microculturas familiares, que son esas formas de actuar y entender la vida que se cultivan en el seno de cada familia, eran importantes. El proceso de ajuste de cada nueva pareja se facilitaba si había convergencia entre esas microculturas de las familias de origen. La moralidad y valores, la religiosidad, el ideario social, la historia familiar, la economía y la clase, sus recursos materiales y bienes, sus propiedades agrarias o negocios, etc. formaban otro abanico importante a la hora de aceptar al pretendiente. Por tanto, podríamos decir que para dar el visto bueno a una relación jugaban distintos factores, de los que entresaco los siguientes: Clase social, credo religioso, ideario político, valores de conducta e historia familiar, además del enamoramiento entre los sujetos, claro está.

¿Qué opciones les quedaba a los jóvenes para buscar su pareja? Ya sabemos que el enamoramiento es traicionero. Que una cosa es enamorarse y otra es el amor de verdad, que se consolida luego. Yo suelo descomponer la palabra ENAMORAMIENTO resultando: EN AMOR (A) MIENTO, pues si esa fase no se aprovecha para esa consolidación que refería, cuando pase el encanto habremos fracasado y aparecerá el desencanto irreversible, pues en aquellos tiempos la gente se casaba para toda la vida, “hasta que la muerte los separe”. La opción, pues, más saludable y segura era lo conocido, que en esa filosofía tan popular se justifica en: “Más vale malo conocido que bueno por conocer”, la malo y conocido es gestionable, lo bueno sin conocer es una incógnita.

Resultado de todo esto que os comento, era una sistemática mezcla de sangre entre los habitantes del pueblo con mayor o menor grado de parentesco. Si empezamos a investigar en escala ascendente, o sea a nuestros ancestros, seguro que encontramos algún grado de ese parentesco entre todos y cada uno de los habitantes del pueblo. En algunos casos, por cuestión de clase, puede que se escapen, pero en la mayoría encontraremos esa consanguineidad que nos vincula desde los antecesores. Eso quiere decir que en Cuevas de San Marcos, nos tocamos todos. Entiéndase que no es en sentido físico, vayan a quedarse ustedes con la idea de que somos unos promiscuos, sino en el metafórico, ya que hablamos de parentesco. Creo que, cuando vamos por la calle, cabría y sería justo saludar a los paisanos con el apelativo de pariente.

Marcos, y no sé si alguien más, según tengo entendido, hicieron un interesante trabajo volcando datos a un  programa informático de los registros de nacimientos, matrimonios y defunciones, de los habitantes de Cuevas, desde tiempo inmemorial, al menos desde el siglo XVII o XVIII, si no recuerdo mal. Ahondando en ellos, como ya he comentado al principio, desde mi línea paterna y materna, con algunas limitaciones que me impedían el acceso a determinadas ramas por falta de datos, hallé en mis antecesores hasta 91 apellidos diferentes, que abarcan a la mayoría de los que encontramos en Cuevas. Por tanto, el grado de posibilidad de compartir vínculos familiares con quienes ostentan esos apellidos es más que probable. Pero también lo es que, sin tenerlos en la actualidad, los encontremos en su ascendencia, con lo que volvería a tomar sentido esa afirmación de parentesco.

¿Concluimos, pues, que en mi pueblo somos una inmensa familia? Puede que sí. Y como familia no siempre se comparten las mismas ideas y posiciones, no siempre estamos de acuerdo, y surgen controversias que nos enfrentan, no ya por herencias o celos ante el favoritismo de nuestros padres, sino por la diversidad que se da en el proceso evolutivo de cada cual. Pero, en el fondo, integramos una misma entidad cultural compartiendo historia, vivencias, hábitos y conductas sociales, conflictos y acuerdos... en suma, somos eso, una familia cualquiera en su sentido más amplio, con infinidad de miembros que han de saber articular una vida en común compartiendo espacios y recursos, a la vez que respetar esa diversidad enriquecedora, de ideas y sentimientos, que nos proporcionará un valioso prisma visual de la vida. Tenemos muchas cosas en común para compartir, incluso los que hemos tenido que marchar a otros lares, aunque sea en esta primera generación de emigrantes… nuestros hijos son otra cuestión que, sin desvincularse de su historia, puede que se sientan más del lugar donde nacieron. Inculcarles el cariño e interés por nuestra tierra y nuestra historia es un valor a cultivar por aquellos que, habiendo tenido que irse por razones diversas, se siguen sintiendo cuevachos, hijos de Cuevas y de sus ancestros.

Cierro la reflexión mandando un saludo afectuoso a todos los Porras, Cabreras, Moleros, Martínez, Perez, Collados, Velascos y Pueyos, que comparten mis ocho apellidos de Cuevas y lo extiendo al resto de parientes que, en consonancia con mi razonamiento, son todos los habitantes de la localidad.




2 comentarios:

Ana dijo...

Muy interesante la entrada, Antonio.
Una de las cosas que más sorprenden a mis hijos es esa repetición apabullante de apellidos que vemos en nuestro paseo inexcusable al cementerio.

Antonio dijo...

Cierto Ana. Las lápidas del cementerio ofrecen un excelente lugar para ver la diversidad y repetitividdad de los apellidos, a veces incluso coincidiendo los dos.
Es curioso, pero a mí me gusta leer el nombre de los fallecidos, parece como si les diera vida desde el recuerdo. Ahora acabo de estar en Lloret donde hay un cementerio modernista de primer orden artístico y me pasé un buen rato leyendo los artistas de los impresionantes panteones e hipogeos y los de los fallecidos.
Curiosamente me gusta ir y pasear por los cementerios de cuando en cuando, lo que no me gusta es que me lleven y eso, espero que tarde mucho en suceder.
Un saludo

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