Ponente: Antonio Porras Cabrera
Psicólogo y Enfermero Especialista en Salud Mental
Profesor Titular de Escuela Universitaria de la UMA
Introducción.
Cuando se nos
propuso, a los miembros de ASPROJUMA (Asociación de Profesores Jubilados de la
Universidad de Málaga), participar en estas jornadas yo me ofrecí a compartir
con todos ustedes algunas reflexiones sobre la dinámica en la relación de
pareja hasta culminar en el estado del Nido Vacío y en la propia madurez de la
misma. Digo compartir, porque pretender disertar en un sentido estricto con tan
docto auditorio es, cuando menos, presuntuoso.
En todo caso,
mi pretensión es hablar de un tema, de especial interés, relacionado con la
formación y evolución de la pareja,
hasta llegar a la etapa de la madurez y, con ello, al afrontamiento del
nido vacío y su reencuentro bajo el periodo de la jubilación, que es donde nos
ubicamos la mayoría de los presentes.
Por tanto
comentaré una etapa inicial que se
fragua en torno al enamoramiento, donde quedamos embelesados y lo vemos todo a
través de los ojos del otro, u otra, para pasar luego a la gestión de la
convivencia diaria con la cruda realidad de la vida y la necesidad de afrontar
los problemas conjuntamente… y terminaré en la etapa de la madurez, donde todo debería
estar sedimentado en aras de una convivencia feliz y nutriente. Seguiremos pues
el esquema que ofrezco a continuación.
Enamoramiento
y amor.
Enamoramiento…
¡Qué curiosa palabra! Vamos a intentar, a modo de ejercicio, descomponerla y
encontramos: EN AMOR (A)
MIENTO. Permítaseme esta futilidad para mostrar que el enamoramiento no es una
etapa muy realista, que hay demasiada idealización del enamorado.
Cabe
preguntarse, pues, si es amor el enamoramiento, o si es un delirio, donde no se
ve la verdad. Lo que sí hay es una atracción, un deseo de estar juntos, un
embelesamiento… Estas estrofas de un poema mío titulado: “Y después… desamor”,
publicado en mi poemario Eclosión, muestran una autocrítica retroactiva a esa
etapa del enamoramiento:
Te arropé de mil virtudes,
fuiste diosa del amor
dentro de mi fantasía,
hasta el altar te elevé
y luego me postraría.
¿Cómo fue que fui tan tonto?
¿Cómo tan necio me hacías
que solo con tu mirada
mi corazón derretías?
Mi cerebro bloqueado,
mi razón desvanecida,
mi voluntad subyugada,
mi vida condicionada
al capricho de tus iras.
Sin
comentarios. Pero vayamos un poco más lejos y veamos algunas consideraciones
sobre la diferenciación entre enamoramiento y amor:
·
“Cuando estamos enamorados nos
parece que nuestra pareja es perfecta y la persona más maravillosa del mundo”.
·
“Empezamos a amar cuando dejamos
de estar enamorados”, según Erich Fromm.
·
“El amor requiere conocer a la
otra persona, requiere tiempo, requiere reconocer los defectos del ser amado,
requiere ver lo bueno y lo malo de la relación”.
·
“El amor nace de la convivencia,
de compartir, de dar y recibir, de intereses mutuos, de sueños compartidos”.
Por tanto,
¿Podríamos decir que el roce hace el cariño, que no importa si estás enamorado
cuando te casas, que pueden funcionar los matrimonios de conveniencia u
obligados si se gestiona bien la convivencia?
Pero volviendo
al concepto, a mí, personalmente, me gusta mucho la definición que hace
Sócrates del amor, cuando, en sus Diálogos, le dice al joven Lisis: “El amor es
desear que la persona amada sea lo más feliz posible”. Por tanto, a la vista de lo que hemos dicho,
es desprendimiento, aceptación, realismo, apoyo, respeto, empatía, comunión… y
todo ello consolidado en la convivencia.
Amar
Vs. querer
Luego existe
otro verbo, que se entiende como sinónimo, aunque hay un buen número de matices
que lo diferencian. Me refiero al verbo QUERER. Querer y amar, aunque parezca
que es lo mismo, tienen distintas connotaciones. Querer tiene su etimología en
el latín. Viene de quaerëre (Tratar de obtener. Buscar). La RAE, en una de sus
acepciones, lo define como: Desear o
apetecer. Por tanto estaríamos hablando de buscar algo que se desea, que apetece,
que nos satisface una necesidad personal, con lo que ello conlleva de relación
objetal, de objeto que usamos en beneficio propio para dar respuesta a una
demanda. En la relación de pareja, en ese contrato relacional que se establece,
tanto desde un punto de vista social como afectivo, son muy significativos los
roles que la sociedad define para cada miembro de la familia y su función
operativa dentro de la misma, cubriendo las necesidades que conlleva el rol.
Aquí traigo a colación la perspectiva mercantilista del amor en el intercambio
social a la que alude Sharon S. Brehm.
La diferencia,
pues, entre amar y querer sería:
• Amar.
Desear que la persona amada sea feliz.
• Querer.
Tratar de obtener lo que se desea o apetece.
A modo de
inciso, he de decir que cuando me jubilé me dediqué a los hobby que no había
podido practicar por causa de mi labor profesional y comencé a escribir
relatos, ensayos, artículos, reflexiones y poesía, que fui publicando en un
blog al que llamé Cosas de Antonio. Ya he hecho referencia anteriormente a unos
versos y ahora me permito presentar estos otros, que son del mismo poemario, donde
diferencio el amar del querer.
Te quiero no
es amor
“quiero” para
mí es posesivo.
Te quiero, si
tú eres como digo,
es sumisión,
un compromiso
y un castigo.
Amor, si es
querer,
es querer
como tú eres
respetando
siempre
tu voluntad y
tu destino
apoyando tu
desarrollo personal
y ayudando en
el camino.
Amor es la
alianza
es compromiso
y sostén
en un común
proyecto
sumando el
resultado de ambos sinos.
Te quiero y
necesito,
sin rima con
amor,
no tiene ni
sentido.
Pero, volviendo
al tema, en la relación de pareja se han de conjugar esos dos verbos en su
justa medida. AMAR Y QUERER.
• Te
amo, deseo ser tu compañero, ayudarnos en la evolución personal y crecer juntos
recorriendo el camino de la vida, nutriéndonos mutuamente… (planteamiento ideal
u objetivo)
• Te
quiero, te necesito, eres el complemento ideal de mi vida para crear una
familia, tener hijos, educarlos y cubrir el rol social y parental… (planteamiento
operativo u objetal)
Si se le da al
verbo querer su matiz posesivo, acabará la relación en una asimetría donde uno
de los miembros se somete al otro. Yo entiendo que, aquí, es muy importante el
respeto al rol y su negociación desde la libertad y compromiso mutuo. Pero no
es menos importante que el amor asume una función balsámica de la relación, es
decir, facilita que el querer no sea posesivo, que la cobertura de las
necesidades no sea por imposición o por exigencia asimétrica de deberes.
Dinámica
y microcultura familiar.
Pero dejemos
esta etapa del enamoramiento y pasemos a la de CONVIVENCIA, esa confrontación
con la realidad donde el enamoramiento se va diluyendo a la par que aflora el
conflicto, la crisis y la necesidad de identificar y afrontar los problemas y
su resolución. Ello nos conducirá a un mejor conocimiento de la pareja y a
establecer una dinámica de relación confrontando los modelos familiares de cada
miembro de la misma.
Esos modelos
se enmarcan dentro de la microcultura familiar de procedencia. Cada familia
tiene una forma distinta de relación entre sus miembros, dependiendo de la
microcultura que define esa relación. Es decir, sus principios, valores,
creencias, ideologías, hábitos y formas de conducta, ritos y mitos, sistemática
de la educación de los hijos, etc. Por tanto nos encontraremos con dos modelos
diferentes, en mayor o menor medida, de microcultura familiar.
De la fusión
entre ellas aparecerá una nueva que conformará la identidad de esa otra
familia, con una dinámica familiar propia para resolver los conflictos y
modelar la convivencia. Su evolución dependerá de cómo se negocie, en muchos
casos tácitamente, el contrato relacional donde se establecen las pautas de
conducta, la definición de los roles, la distribución de tareas, las actitudes,
el modelo educacional de los hijos, etc.
Y hablando de
la educación de los hijos, colegiremos que es un campo que puede llevar a
conflictos en la pareja, en tanto la actitud parental puede ser divergente. Lo
será en base a esa microcultura familiar de procedencia a la que he aludido
anteriormente. En cada casa y caso se actúa con singularidad y los modelos
educacionales son variables. Es decir, esa microcultura definirá la sistemática
que enmarca la relación con los hijos y las actitudes de liderazgo que tendrán
los padres en el proceso educativo. Hago referencia a cinco modelos de ejercer la autoridad
paterna en la relación y educación de los hijos. Son modelos con unas
características diferenciadoras muy claras:
1. Impositivo.
Padres autoritarios y exigentes, impositivos y poco razonables.
2. Participativo.
A los hijos se les enseña a razonar en
las decisiones que se toman y en las cosas que se les corrigen.
3. Paternalista-hiperprotector.
Excesivamente proteccionista, evitando enfrentar a los hijos a circunstancias
adversas.
4. De
laissze-faire (dejar hacer). Dejar que los hijos evolucionen por sí mismos sin
intervenir los padres.
5. De
doble-vínculo. Desacuerdo entre padre y madre en la sistemática educativa,
descalificación mutua y desorden mental en el niño.
En los últimos
tiempos el modelo familiar ha cambiado, los roles se han diluido y el esquema
funcional se ha redefinido. Hemos pasado de la clásica familia donde el padre
ejercía la autoridad, mientras que la madre asumía su papel nutricio y de
cuidados, a un modelo de roles más moderno, como es la asunción de la
corrección y nutrición de los hijos por parte de ambos, así como de las
distintas actividades para el sostenimiento de la casa. Ello se enmarca en el
proceso que busca la igualdad de género y que se está afianzando, en mayor o
menor medida, según la dinámica de cada pareja, pero que se engloba en una
tendencia social, en un espíritu de los tiempos, o Zeitgeist, del que no
podemos ni debemos escapar. Ahora bien, no son pocos los conflictos
relacionales en la pareja que se desprende de ese proceso, pues en ambos casos
se debe producir una adaptación que, en muchas ocasiones, provoca conflictos
relacionales y crisis hasta que se impone y acepta una nueva dinámica funcional
cambiando el contrato convivencial... La crisis de roles conlleva, pues, una
crisis de pareja que se ha de gestionar hasta encontrar ese nuevo marco para la
relación. No vale, pues, decir a modo de reproche, aquello de: “Tu ya no eres
el mismo, o la misma” puesto que estamos sometidos a un continuo reciclaje en
esa función parental y de relación de pareja. También se ha bajado el nivel de
tolerancia y el recurso al divorcio deja la puerta abierta para reorganizar la
vida, bien con otra pareja o bien en soledad, habiendo pasado del: “Lo aguanto
porque es mi marido” al “Que lo aguante su madre”.
En todo caso, la
dinámica familiar afecta y engloba a todos los miembros de la familia, tanto al
holón parental como al filial, como dirían los sistémicos. Por tanto, en
función de los modelos educativos encontraremos diferentes actitudes y
conductas de los hijos para con los padres y, consecuentemente, detectaremos
una influencia de los hijos en la propia relación de los padres, apareciendo:
1. Hijos
manipuladores. Se aprovechan de las desavenencias para sacar el máximo provecho
personal.
2. Hijos
confrontadores. Procuran que los padres se enfrente por ellos elevando su ego y
ejerciendo el control de la situación.
3. Hijos
colaboradores. Razonan y entienden a los padres y sus diferencias, procuran
evitarlas y diluirlas para que no se produzcan.
Nuestros
hijos, que son lo más importante que, en el fondo, nos ha pasado en esta vida,
tienen más influencia en nuestra relación de pareja de la que nos pensamos. De
ahí la importancia de conseguir educarlos hacia la maduración psicológica lo
que nos permitirá tener hijos psicológicamente sanos, equilibrados y
moderadamente razonables. Con ello conseguiremos la tranquilidad necesaria para
darnos a una mejor vida en la etapa del nido vacío y la jubilación.
El
nido vacío
Porque ellos
volarán del nido, se emanciparán y lo podrán hacer por diversos motivos, como,
por ejemplo:
1. Por
su preparación y madurez.
2. Por
necesidades de estudio.
3. Por
cuestiones laborales fuera de la ciudad.
4. Por
conflicto intergeneracional.
5. Por
matrimonio.
No todos los
casos nos generarán el mismo nivel de ansiedad y preocupación, pues no es lo
mismo que se emancipen por haber logrado un nivel de maduración donde requieran
vivir su propia vida de forma independiente o por contraer matrimonio, que por
haberse producido un conflicto o disputa generacional. Este último caso es un
estresor que tendrá repercusión en la dinámica de la pareja según su capacidad
y recursos de afrontamiento del conflicto.
Por tanto, es
muy importante ver cómo voló el pájaro y cómo se produce el retorno al nido
familiar con su pareja.
1. El
pájaro voló, pero… ¿hacia dónde va? ¿Estamos de acuerdo en que ese vuelo es el
adecuado? ¿Marcha en consonancia con lo que pensamos, con lo que le hemos
enseñado? ¿Su vuelo nos da seguridad o preocupación?
2. Vuelve
con pareja, que puede ser, o no, estabilizadora de nuestra relación
paterno-filial, pudiendo aparecer la competitividad y el desencuentro. Un
tercer elemento genera una nueva situación y provoca un movimiento homeostático
del sistema que se ha de gestionar adecuadamente, hasta conseguir la
reubicación de todos y cada uno de los miembros que lo forman.
3. La
irrupción de los nietos… son un nuevo compromiso de cuidados, pero con la
conflictividad que puede generar la discrepancia entre dos visiones distintas,
la de los abuelos y la de los padres.
Y luego, otro
frente más. Planeamos, a veces en vuelo rasante, sobre la familia de nuestros hijos, con sus
conflictos y vivencias, con sus preocupaciones y sus proyectos. Nos implicamos,
muchas veces en demasía, en la evolución de su relación y de la gestión de su
casa y de sus cosas. Podemos ser invasivos y, consecuentemente, impertinentes e
inoportunos, lo que nos puede acarrear disgustos, conflictos y confrontaciones
con ellos. La cuestión está en:
1. Respetar
la dinámica de relación entre los hijos y sus parejas. Dejar que fragüen su
propio contrato relacional.
2. Analizar
racionalmente nuestra vivencia en los conflictos de los hijos y sus parejas.
3. Saber
determinar y aceptar un papel constructivo en sus conflictos, no vayamos a ir
por lana y salir trasquilados.
Y ahora, con
los hijos fuera, que ya volaron y abandonaron el nido, ese nido donde se
criaron, donde dieron sentido en muchos aspectos a nuestra propia vida, se queda
vacío. Y ese vacío se traslada a nuestras almas, a nuestras propias vidas y nos
deja fuera de juego. El riesgo está en no saber, poder, incluso querer,
adaptarnos a esa nueva situación, vivida como la pérdida que nos arroja a un
estado de soledad, por lo que tenernos el peligro de caer atrapados en el
Síndrome del Nido Vacío. ¿Pero qué es eso? ¿Cómo se define? Veamos:
1. Es
una sensación de soledad que los padres u otros tutores pueden sentir cuando
uno o más de sus hijos abandonan el hogar.
2. Suele
aparecer una desadaptación al nuevo estado, por un mal afrontamiento de la
situación, con un trastorno afectivo enmascarado de carácter depresivo con
sentimiento de tristeza y pérdida.
3. Suele
ser más común en las mujeres que en los hombres.
4. Es
más importante en los tiempos modernos en tanto las familias extensas son menos
frecuentes.
¿Cómo lo
identificamos? ¿Cuáles son sus síntomas y manifestaciones? Encontraremos, pues:
1. Anhedonia
(incapacidad de disfrutar) con sentimiento de inutilidad.
2. Sentimiento
de soledad, una percepción súbita del paso de los años.
3. Apatía,
sin gana de iniciar ninguna actividad ni resolver situaciones.
4. Reclamo
de atención, manifestado por la sensación de que los padres quieren inquietar a
los hijos que se han marchado.
Veamos ahora
cómo afrontarlo. Actitudes constructivas:
1. Intentar
visualizar la nueva situación.
2. Establecer
una relación de adultos entre padres e hijos.
3. Retomar
actividades relegadas anteriormente. (Aprender algo nuevo, dedicarse a un hobby, viajar, lectura, visitar museos, apuntarse
a un club, etc…)
4. Disfrutar
de mayor libertad.
5. Recuperar
las actividades de pareja de forma consensuada para disfrutar de la vida.
Reencuentro de la pareja…
6. Mejorar
en la cantidad y calidad del tiempo compartido intercambiando pensamientos y
sentimientos mediante una comunicación efectiva.
7. Sentirse
orgullosos porque los hijos haya conseguido esa emancipación como colofón al
proceso educativo. ¡¡¡Objetivo cumplido!!!
El
compromiso final
Pero no
debemos ver esta situación de nido vacío como algo negativo, sino como la
lógica de un proceso evolutivo familiar que nos ofrece una excelente coyuntura de
reencuentro con la pareja, una circunstancia nueva para:
1. Vivir
la situación como una oportunidad para redefinir y redescubrir la pareja.
2. Incrementar
la franca comunicación y el acercamiento.
3. Potenciar
las expresiones afectivas (incluida una adaptación de la relación sexual) y de
seguridad común.
4. Oportunidad
para enmendar viejos errores.
5. Hacer
más cosas en común y compartir afinidades.
6. Desarrollar
nuevas maneras de estar en contacto con los hijos y los nietos.
Finalmente, la
relación positiva debe ser el objetivo de toda pareja que pretenda tener una
vejez tranquila. Debe estar basada en el respeto y no en la imposición, haciendo posible conjugar lo individual con
lo común. Por tanto:
1. Es
el momento de que cada uno haga balance de su propio proyecto de vida, desde la
perspectiva personal, buscando su paz interior.
2. La
pareja no debe ser un impedimento, sino una ayuda para ello.
3. Gestionar
esa situación final como la última oportunidad que nos da la naturaleza para el
encuentro con uno mismo, con los demás y el entorno.
4. En
suma, tomar conciencia madura de la vida en su sentido más amplio.
Como reflejo
en el estrambote de mi soneto sobre la bonhomia:
De
esta forma te lleva a la vejez
en
paz contigo y pleno de armonía
la
dulce carroza de la bonhomía.
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