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¡Por un hombre nuevo! |
Hace
casi dos años publiqué esta entrada en un blog (Grito de lobos) compartido con
otros amigos y colegas de diversas partes de España y del mundo. Hoy me la he
encontrado en mis archivos y como sigue manteniendo su interés y siendo de actualidad,
me permito compartirla con vosotros, con quienes no la leyeron en su tiempo y
quienes quieran releerla.
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Todos los seres humanos estamos sometidos a un proceso oscilatorio en nuestro
estado de ánimo en mayor o menor medida. Tenemos cierta dosis de ciclotimia.
Posiblemente tenga una relación bastante directa con el ejercicio de análisis
de nuestros hechos, que unas veces nos lleva a sentirnos bien por el resultado
y otras no tanto. Podemos decir que andamos de crisis en crisis como forma de
elaborar el pensamiento y la acción. En todo caso la crisis es un signo de
evolución y, por ende, de cambio y necesidad de ajuste, lo que conlleva el
concepto de oportunidad.
Las crisis personales, que cada cual vaya presentando y resolviendo, forman
parte de la individualidad y la personalidad del sujeto. Su ajuste se hará,
también, en función de su microcultura familiar y de la cultura de su grupo
social.
Pero la cultura de los pueblos se fragua a lo largo de la historia y es un
elemento de valor singular que ha de tener un contenido dinámico para adecuarse
al espíritu de cada tiempo (Zeitgeist). La componen las formas, actitudes,
creencias, convicciones, principios y valores, entre otros elementos, que da
como resultado una determinada conducta y forma de interacción social. A modo
ejemplar se determinan los mitos, los héroes, leyendas, tabúes, ritos y
rituales, etc. que van definiendo cómo se ha de generar el proceso de
socialización mediante el cual se integra el sujeto en esa cultura social y qué
conducta se espera de él. Ello incluye un sistema de gestión de la comunidad,
una normativa y estructura relacional que delimite un modelo de convivencia. En
nuestro caso estamos inmersos en una cultura judeo-cristiana donde los valores
sustentan una serie de privilegio y sistemática funcional donde prima, en gran
medida, la propiedad privada y la individualidad sobre la colectividad, la
denodada lucha y la confrontación como forma de escalar, la ley del más fuerte,
aunque creamos que está mitigada por no se cuantos otros correctores.
No es mi intención entrar en un análisis pormenorizado de todas y cada una de
las variables que concurren hasta generar esta sociedad, a mi juicio injusta,
que nos hace soportar crisis periódicas que se gestionan desde los intereses de
unos grupos de poder que nos andan administrando, desde tiempo inmemorial, con
total arbitrariedad en beneficio propio. Es un grupo de poder que tiene una
impresionante capacidad de absorción, pues cae en sus redes todo elemento que
vaya, incluso, contra él, como se ha visto a lo largo de la reciente historia.
Es evidente que se sustenta en la codicia y la avaricia del propio sujeto. Bajo
mi punto de vista, el mal llamado progreso y el avance del sistema tiene como
motor esa codicia, que acaba siendo la trampa mortal en la que caemos la
inmensa mayoría, cuando llegamos al poder o lo estamos tocando con la punta de
los dedos.
Quiero decir con ello que la ética y la moral, de esta cultura social, tiene
elementos aberrantes, por lo que necesita de mecanismos de limpieza mental. Es
aberrante el nivel de injusticia distributiva, pero tiene la caridad como
detergente mental. Un sujeto puede ser un puro ladrón y sinvergüenza desde un
punto de vista estrictamente humano, pero como está avalado por unas normas y
leyes sociales emanadas de esta cultura, queda exonerado y para equilibrar su
disonancia cognitiva recurre a la reparación que le da el sistema… “explota a
los demás, pero da limosna en caridad…”. Esto sin contar con la confesión para
los creyentes, que es otro instrumento perfecto de lavado automático de
conciencias. La religión, pues, vuelve a ser un elemento de primera magnitud
para soportar el sistema y la conciencia de quienes lo dirigen y aprovechan.
Pero volvamos al tema concreto de las crisis. Hasta ahora se habló mucho de
crisis coyunturales, que son aquellas provocadas por determinadas
circunstancias que se resuelven con pequeños ajustes en el sistema; suelen ser
periódicas y van asociadas al desajuste de la economía de mercado, entre
demanda y oferta.
Luego hay otras más serias, que son las estructurales. Estas ponen más en
evidencia al sistema y demandan cambios en la estructura funcional del mismo.
Si las anteriores era temporales, circunstanciales y no requerían grandes
cambios en el sistema, en este caso la persistencia de la crisis hace que deban
tomarse medidas y cambiar la sistemática para salir de ellas y evitar que se
repitan; afecta, pues, a las normas y principios. Pero no olvidemos que todo
ello se dan el marco cultura de ese pueblo.
No obstante, llegados a este punto, habrá que pensar que esta crisis se escapa
de los cauces anteriores, que ya solo no es coyuntural, sino que sobrepasa a la
idea estructural, aunque pretendan modificar o reajustar el sistema para seguir
en la misma dinámica. La cobardía de nuestros políticos y de nuestra propia
sociedad está en no saber o querer ver la realidad, en tener miedo a colapsar
el sistema, cuando es evidente que vamos directos a ello. Esta especie de huída
hacia delante no hará más que aplazar el colapso y mientras más se tarde más
grande será el batacazo. Ya deberían valorar y estudiar la forma de ir
reconduciendo el sistema para aminorar el impacto final.
Por tanto, la crisis, ahora, es cultural. Hay que modificar los principios y
valores de nuestra cultura para reorientar la filosofía popular a una nueva era
donde primen otros nuevos. No podemos seguir en esta dinámica depredadora,
exculpatoria y agresiva, donde las culpas siempre son de otros, léase
políticos, países, emigrantes, o vaya usted a saber… En todo caso habría, bajo
mi modesta opinión, que redefinir esa cultura, no solo cambios de normas y
leyes, sino con un proceso educacional, de responsabilidad social, individual y
colectiva, que hiciera al individuo más permeable y racional, que abocara en un
nuevo contrato social. Eso es complicado, pues hay grupos de influencia y
poderes fácticos que siguen apoyando y apostando por el sistema tradicional,
que sustenta ese poder propio que no quieren sacrificar.
La cuestión, para mí, está en como fraguar una sociedad madura que no se plegue
a los liderazgos paternalistas, que no se deje alienar con falsas
orientaciones, que no se atrape en la delegación de su soberanía a sujetos irresponsables,
que tome partido y defienda y exija que los gobernantes gobiernen para ellos y
no para las clases pudientes, el capital, la banca y los intereses
imperialistas de las multinacionales. En suma, introducir esa dosis de
librepensamiento que cada cual debe reivindicar desde la responsabilidad de ese
nuevo contrato social.
Ahora tenemos, como nunca, la mejor juventud en formación, con mayor
conocimiento y capacidad intelectual. La sociedad se gastó buenos cuartos para
ello y el sistema responde dejándolos en el paro… Son los “Mejor pre-parados”.
Un problema es que la globalización rompió fronteras al mercado, pero no
homogeneizó las culturas organizacionales; es más, mientras más divididos
andemos y mientras más se potencien los localismos, más energía se distraerá de
la lucha verdadera, de la que lleve a esa homogenización global, no solo de
valores y principios, que definen las culturas, sino del propio desarrollo
humanista y social.
Sigo diciendo, desde hace ya bastante tiempo, que hay dos tendencias en lucha,
la que busca una clase dominante, dueña del mundo y sus recursos y usa, si le
interesa, a la ciudadanía en general, la aliena, pero si no la necesita la
enfrenta y provoca el conflicto sin importarle la vida ajena; esa sociedad
falta de ética, amoral y asimétrica se está fraguando en este tiempo desde
grupos de poder ocultos, o entre bastidores; son los de siempre, los mismos
perros con distinto collar, apoyados invariablemente, también, por los de
siempre. Por otro lado está otra tendencia que busca la simetría, la justicia
social y el valor humano por encima del valor material; aquellos que cada vez
tienen más conciencia del entorno y de la imposibilidad de seguir en esta loca
marcha que acabará con todo en poco tiempo. Este último colectivo tiene cada
vez más fuerza, como podemos ver con el protagonismo que va adquiriendo en los
medios de comunicación libres, como es esta red, donde se van aglutinando y
sedimentando ideas de otra concepción de democracia más justa.
Los cambios hay que sembrarlos cultivarlos y abonarlos. Solo se da un cambio
definitivo si tiene suficiente apoyo social, si es asumido y empujado por la
colectividad. Pero para ello se ha de establecer el llamado Zeitgeist, el
espíritu de los tiempos al que me he referido en otra entrada anterior, que
muestra un clima intelectual y cultural capaz de reorientar nuestra cultura
hacia otra estructura funcional y social más justa, más simétrica.
¿Empezamos… o dejamos que ganen los otros? Habrá que no caer en sus señuelos,
reconocer la importancia de cada cosa, en no entrar en debates disociativos,
sino en convergentes, en buscar lo que nos une y no lo que nos separa. El
partido del siglo se juega entre los simétricos y los asimétricos, entre el
humanismo y el clasismo, entre los simbiontes y los saprofitos; no entre el
Barça y el Madrid… El resultado final será la supremacía de una cultura u otra.