Existen en vuestro mundo un sinfín de lugares donde la
semilla de la violencia se sigue cultivando. Tenemos más o menos conciencia de
ello en función de la importancia que tenga ese territorio, de lo mediáticos
que sean y de los intereses que se jueguen en esa tierra. No nos importa
demasiado lo que pueda pasar en Etiopía, Somalia o en el sufrimiento de las
tribus amazónicas acosadas por el expansionismo económico que nos sustenta, por
poner algunos ejemplos. Pero cuando el conflicto se da entre sujetos afines a
nuestra cultura e intereses económicos, no cabe el olvido, sino el
posicionamiento. Se puede invadir Irak,
Afganistan, etc. o manipular y apoyar movimientos sociales que se ajusten a los
intereses del grupo dominante de occidente, derrocando gobiernos de no menos
dudosa legitimidad que otros alabados y aceptados como demócratas.
Europa y EE. UU. no pueden evadirse de la responsabilidad sobre
las causas que generaron los conflictos. El proceso de colonización impositiva
en el mundo subdesarrollado que se dio en los pasados siglos y la consiguiente
descolonización, fraguó fronteras y Estados que no responden a la realdad
social y cultural de los pueblo, sembrando el odio y la contienda de forma
incontestable. Hitus y Tutsis en Ruanda con su sanguinaria guerra civil, las hostilidades
del Cuerno de África y nuestra propia experiencia en el caso del Sahara,
demuestra que la sangre sigue siendo derramada en conflictos irresolutos a lo
largo del planeta.
Pero hay un lugar especialmente significativo por su valor
histórico, su potencial humano y los intereses religiosos, culturales,
económicos y estratégicos. Me refiero a Palestina. Ya, desde tiempo inmemorial,
queda plasmado en la Biblia la eterna confrontación entre un pueblo prepotente
y megalómano, que se definió el pueblo elegido por Dios, guiado por su divina mano
en la confrontación con su vecindad, que se siente autorizado y avalado por esa
divinidad, inventada en sus sagradas escrituras, para hacer de su capa un sayo
y actuar con la mayor crueldad contra sus enemigos rompiendo la equidad en su
propia ley del Talión. Ojo por ojo y diente por diente, como aparece en la
Biblia: Éxodo
21:23-25, en Levítico 24:18-20 y en Deuteronomio
19:21.
Por otro lado existe otro pueblo, el musulmán, que no se anda
a la zaga en cuestiones del empleo de la violencia para imponer sus intereses,
su fe y su cultura, cuando aflora el integrismo. Para más inri aparece una
decisión más o menos arbitraria en el proceso de descolonización de la zona por
parte de los ingleses y de la ONU, que acaba con descontento general, con
guerras y un conflicto continuo entre el reciente Estado de Israel y los
habitantes palestinos de ancestral ascendencia en la zona. El flujo migratorio
judío se consolida y empieza una marginación de la población autóctona y una
consolidación del Estado israelí apoyado por la sucia conciencia occidental ante
el tremendo holocausto perpetrado durante la II Guerra Mundial con abominables
crímenes sobre el pueblo judío.
Israel se convierte en un Estado floreciente, con sólida
economía, un pueblo beligerante y con un objetivo claro de consolidación nacional,
que no iba a permitir ser exterminado por los países vecinos, para lo que
cuenta con la importante ayuda de los EE. UU. A partir de ese momento el
conflicto judeo-palestino se convierte una confrontación donde todo vale, desde
el terror integrista del islamismo palestino, hasta el terrorismo de Estado
practicado por el propio Israel. La gran diferencia está en los recursos de
cada parte, mientras Israel es un Estado poderoso, bien armado y solvente,
palestina es un complejo rebelde e insumiso al expansionismo israelí, que
reivindica su derecho a la tierra que les vio nacer, desde una mayor pobreza e
inferioridad.
Ese eterno conflicto sigue latente y periódicamente surge un
nuevo foco de fuego abrasador que llena de muerte y destrucción la zona. Habría
que ver quiénes son más hijos de su madre, si los israelitas de piñón fijo me
buscan imponer su expansionismo sionista o los seguidores de Hamás con su
tendencia a la inmolación reivindicativa. Lo ciertos es que están en una lucha
desigual, de recursos dispares, donde la sangre palestina brota en una
proporción de 100 a 1 ante la confrontación violenta y la destrucción de sus
bienes, casas y ciudades de Gaza, que es muy superior a la capacidad que tienen
para lesionar intereses de Israel.
Hay en los dos bandos gente de buena voluntad, pacífica y que
busca la convivencia respetuosa desde la divergencia, pero mientras los
integrismo anden al timón, con un gobierno israelí que entiende el diente por
diente como diente por toda la dentadura del enemigo, capaz de aplastar con
misiles, no solo a los responsables, sino al entorno, sembrando el terror, el
miedo y la miseria entre los palestinos;
a la par está Hamás dispuesto a sacrificar a un pueblo en actos de pura
simbología reivindicativa, puesto que la mayoría de sus misiles ya son
interceptados en el aire por el ejército israelí y el daño que puedan ocasionar
al pueblo judío acaba multiplicándose por cien cuando aflora la venganza de los
otros sobre la ciudadanía palestina.
Sigo reflexionando sobre ese conflicto enquistado “per secula
seculorum” que nos continua mostrando la parte más negativa de los seres humanos,
con el odio, asesinatos, terrorismo, la venganza, la soberbia megalómana, el mesianismo
trasnochado y un sinfín de variables que provocan la repugnancia en las mentes
pacíficas y justas que pretenden una solución estable y definitiva a tanta
injusticia y confrontación. Me causa especial preocupación el sufrimiento
infantil, donde cada misil, cada muerte, se convierte en semillero de odio para
seguir en esa espiral de violencia. Las lágrimas y el llanto conducen
directamente a la ira, a la frustración y el rencor que seguirá sustentando el
conflicto. Son los más débiles, más desprotegidos y vulnerables, donde la
miseria sigue haciendo de las suyas en el caso palestino. Israel cuenta con más
de 30.000 dólares de renta per cápita y la zona palestina con apenas 1000. Está
claro que conviven un David y un Goliat que no se dejará tumbar de una pedrada,
sino que aplastará al apedreador con sus bombas. Ese es el peligro que tiene
lanzar una piedra o un misil a un enemigo tan poderoso y avalado por el papá
americano.
Tal vez un poema sirva para dar más énfasis a todo esto:
Vientos de odio arreciando
entre pueblos que la historia
los siguió siempre enfrentando.
Las piedras siguen volando
como si David buscara
derrotar a Goliat
de una certera pedrada.
Y ese joven casi imberbe
con su onda pertrechada
busca tumbar a un gigante
que le agrede con sus armas.
¿Qué pueden hacer las piedras
contra tanques y sus balas?
¿Cómo puede este chiquillo
luchar con sus amenazas
contra tropas entrenadas?
¿Cómo se entiendo hoy en día
que un ejército judío
dispare indiscriminado
a todo un pueblo y sus casas?
Y con toque de cinismo
justifican sus hazañas:
Son daños colaterales
que causan sus amenazas
y sin poderlo evitar
se convierten en matanzas.
Son semen de terroristas
a eliminar con las armas
para que al final aprendan
que a Israel no le rematan
que Dios nos tiene otorgada
esta nuestra Tierra Santa.
Y se recuerda a Josué
con su sanguinaria hazaña
arrasando Jericó
con violencia inusitada
obedeciendo principios
que Yavé le inoculara
y de este Dios vengativo
de crueldad insospechada
encontramos en la Biblia
un sinfín de sus andanzas
con anatemas de muerte
de destrucción y bravatas
aniquilando enemigos
a palos y cuchilladas
hasta hacer de Palestina
una tierra sometida
al dominio de su raza.
Y aquí, mirando el pasado,
integrismo que atenaza,
se acaba perdiendo todo,
quedando sin esperanza
para buscar soluciones
a tanta y tanta matanza
con Hamás encabritado,
Israel sembrando el odio
obviando a la gente buena
que no se presta a su holganza
siguiendo en esa espiral
de terror y de amenaza
que hace que mueran un ciento
por cada infante judío
que muera en esa batalla.