He planteado en otras entradas cómo el poder se ejerce desde la sombra, desde la manipulación y amenaza soterrada del dinero, de la inversión y del desarrollo empresarial. Se amparan en la fuerza que da la información, los medios de comunicación y el dominio sobre la mayoría de ellos, para imponer, sembrar o diseñar las ideas que sostengan un orden afín a las políticas monetarias, en las que atrapan a los gobiernos mediante el chantaje de la deuda, de la retracción inversora o de la deslocalización empresarial, con la consiguiente pérdida de puestos de trabajo. El sistema próspero y estable del capital se convierte en incertidumbre, desasosiego y preocupación cuando queda en entredicho… ellos se encargan de sembrar y cultivar la idea y el miedo consiguiente, lo que hace que se imponga el egoísmo y se eviten las situaciones de cambio por la inseguridad que generan.
La cuestión está en comprender que estamos, ante todo, en un sistema democrático. Entendiendo por tal que la soberanía radica en el pueblo, y se ejerce mediante el voto. El voto decide quien gobierna, pero no quien es el dueño de los dineros, que desde la sombra ejercen su poder. Si el ciudadano es soberano, quiere decir que todo ha de estar a su servicio, incluido los medios de producción, la tierra (cuesta pensar que la tierra tenga dueño, cuando estaba antes que nosotros) y los sistema de gobierno, que deberían estar enfocados a anteponer los intereses generales a los particulares.
Si todos nacemos desnudos, cargados de potencialidades a desarrollar y con el mensaje genético de descubrirlas, lo lógico es que se nos faciliten los recursos para hacerlo y den las mismas oportunidades y, a la vez, el mismo influjo sobre lo que el entorno pone a nuestra disposición para ejecutarlo, es decir, para vivir.
Esto nos lleva a entender el Estado como una alianza entre iguales, entre los ciudadanos, que mediante el voto y el respeto mutuo, basado en unas normas de convivencia manifestadas en las leyes, acuerdan elegir a sus representantes para que, en su nombre, ejerzan el poder y tomen las decisiones adecuadas para el buen gobierno del país. Por tanto, no hay cosa más digna que gozar de la confianza del conjunto de los ciudadanos para ejercer la responsabilidad de gobierno.
Hay una realidad incuestionable, es la igualdad inicial de todos los seres humanos. Lo justo sería seguir manteniendo a lo largo de la vida esa premisa. Pero no, alguien se adueñó de los bienes y recursos necesarios para subsistir, y sometió a los demás, a través de la necesidad de satisfacción de sus demandas básicas para sobrevivir, que al fin y al cabo es el mensaje prevalente que llevamos en nuestro interior, la supervivencia de la especie. Con ello jugaron y juegan los dueños de los recursos. Dichoso el que nace entre los poderosos porque será poderoso, y pobre del que nace entre los pobres porque será pobre. Como dicen Les Luthiers: “El que nace pobre y feo, tiene muchas posibilidades de que al crecer… se le desarrollen ambas cualidades”.
En este caso, los recursos de la tierra pueden estar en manos de unos cuantos, pero no son suyos, sino de la sociedad en su conjunto y de todo ser viviente que la habita, que son los hijos reales de la tierra fraguados a través de los tiempos. Es más, ni siquiera de ellos, sino de la madre naturaleza que los ofrece como nutrientes para que subsistan todas las creaciones. En ese sentido el gestor del recurso, el “dueño” actual, debería comprender que lo tiene, digamos, en arrendamiento para gestionarlo y hacerlo producir por el bien del conjunto social. Él es un advenedizo que, cuando nació, llegó en cueros, igual que todos. Por tanto, todo gestor de recursos debe tener un compromiso social que justifique esa gestión, sin olvidar que esa actividad ha de ser sostenible en el tiempo para no agotar los recursos de la naturaleza, por tanto, conjugando producción y consumo de forma racional. El no cumplimiento del contrato de compromiso social implicaría su desautorización para seguir gestionando el recurso.
En nuestra cultura es complejo, no solo de hacer esto, sino aceptarlo por parte de muchos, pues entiende que su capital, fraguado con el trabajo y sudor de otros, es legítimo en tanto las leyes, aunque fueran injustas, se lo han otorgado al darle mayor incidencia en la producción al factor dinero que al factor trabajo. Que sus tierras fueron conquistadas al enemigo por las armas o, en su defecto, compradas con la explotación de otros recursos identificados en la variable anterior.
En conclusión, si el Estado se fragua por acuerdo entre iguales para organizar y distribuir las riquezas materiales e intelectuales que produce la sociedad, buscando el bien general, lógico es que sean sometidos todos los componentes de esa sociedad a los designios de los gobernantes. Estamos hablando de gobernantes de buena voluntad, dignos de la confianza de aquellos que se la han de otorgar; es decir, de los ciudadanos votantes.
Para ello tenemos que tener políticos competentes, honrados y con las ideas claras de servir al colectivo social en lugar de al señor de los recursos. Un contrato social, o compromiso social, que determine los principios y valores que han de prevalecer para poder estructurar una sociedad orientada a esta filosofía. Unos ciudadanos, maduros y formados, libres de injerencias y manipulación que sean capaces de identificar y otorgar su confianza a los representantes adecuados. Unas constituciones o leyes que defiendan al ser humano en desarrollo antes que a la propiedad privada de los medios de producción. Que acepten la idea de la privacidad de los medios siempre que estos estén al servicio del bien común y su dueño sea un gestor competente y beneficioso para la colectividad.
Para ello el Estado debería controlar los recursos básicos, como la educación, la sanidad, las fuentes energéticas, el mantenimiento de las vías de comunicación, la alimentación, el agua y todos aquellos recursos que incidan en la sostenibilidad y mejoramiento del sistema. Este ejercicio es de los gobiernos, que son los elegidos y representantes de la soberanía popular. Si no lo hacen bien, a las siguientes elecciones a la calle.
Pero… ¿Qué sociedad es capaz de asumir la responsabilidad de elegir a sus representantes con acierto? Primero habrá que cambiar esta civilización en sus principios, pues es bien sabido que tenemos los políticos que merecemos, ya que estos son hijos de la misma sociedad que el resto de ciudadanos, de esos ciudadanos que defraudan al erario público, que chalanean, manipulan, engañan y tienen las mismas conductas punitivas que sus políticos.
Para crear, pues, un Estado que gobierne el timón del barco en el tránsito hacia un nuevo sistema más justo, solo se hará cuando cambie la mentalidad de todos y cada uno de nosotros, tomando conciencia de ello y aglutinando y compartiendo en nuestro interior los valores y principios que lo sustente. En este tránsito, o nos acompañan nuestro políticos o los mandamos al garete.
Una vez más me ando en la utopía, pero la utopía es el punto al que nunca llegaremos, aunque siempre caminaremos hacia él. El horizonte al que pretendes llegar, pero cuando llegas al punto previsto ves que hay otra vista tentadora más lejos, otro horizonte. Lo importante es el camino que has hecho o que vas haciendo.
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