Transcurrido el día 8 y viendo las movidas que se han producido,
mezclando conceptos y manipulando la opinión pública, creo que es conveniente
centrar el tema sin partidismo pero con el reclamo del ejercicio de una
política adecuada para enfrentar los problemas que denuncia el feminismo.
Se ha intentado demonizar el feminismo por parte de los defensores
del machismo equiparándolo a su contrario. Mas no debemos comulgar con esa
burda interpretación porque no son polos opuestos, salvo en que el feminismo
reclama un derecho constitucional que el machismo le niega. Pero vayamos a los
conceptos y a las ideas que soportan esos planteamientos.
El diccionario de la RAE define feminismo con estas dos acepciones:
1º “Principio de igualdad de derechos de la mujer y el hombre” y 2º “Movimiento
que lucha por la realización efectiva en todos los órdenes del feminismo”.
Podemos decir, pues, que conjuga la idea y la acción, resultando una doctrina y
movimiento social que pide para la mujer el reconocimiento de unas capacidades
y unos derechos que tradicionalmente han estado reservados para los hombres.
Por tanto, no pretende suplantar o imponerse sobre el hombre, sino igualarlo en
capacidades y derechos.
Sin embargo, al machismo lo define en otro término, con estas
otras dos: 1ª “Actitud de prepotencia de los varones respecto de las mujeres” y
2ª “Forma de sexismo caracterizada por la prevalencia del varón”. Aquí sí hay
una agresión supremacista al querer imponer la idea de superioridad del hombre.
No son, pues, como ya he referido, antagónicos, o dos extremos de
una misma línea, ya que uno procura la igualdad entre géneros como un derecho
constitucional (feminismo) y el otro defiende la desigualdad (machismo) que es
atentatorio de ese derecho, por tanto el machismo es inconstitucional, situado
en la alegalidad por no decir ilegalidad, y el feminismo todo lo contrario. Es
decir, el feminismo desarrolla una lucha justa, a diferencia del machismo al
que combate.
La Constitución, en su artículo nº 14, refleja: “Los españoles son
iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón
de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o
circunstancia personal o social” y es aquí, en la implementación de este
artículo, donde se consolida y fundamenta la legalidad de la reivindicación
feminista, desarrollo que también tiene soporte en el artículo 35ª referente
a los deberes y derechos que asisten a
los ciudadanos “sin que en ningún caso pueda hacerse discriminación por razón
de sexo”. Si no existiera ese articulado habría que crearlo para hacer la ley
justa, tal como se determina en la “Declaración Universal de los Derechos Humanos”
a lo largo de sus 23 artículos sobre igualdad.
El asunto, como todos sabemos, viene de lejos, de muy lejos en la
historia. Estamos en una cultura machista por definición en tanto prevalece el
patriarcado que, de alguna forma, es la semilla del machismo o, si acaso, su
sinónimo, que degenera en la llamada falocracia (Predominio del hombre sobre la
mujer en la vida social).
Aquí sí habría una contraposición conceptual entre patriarcado y
matriarcado. La inmensa mayoría de las culturas primitivas eran patriarcales y,
si acaso, escasamente algunas matriarcales (los antropólogos son reacios a
aceptar la existencia de estas últimas), situación que se ha mantenido a lo
largo de los tiempos, lo que no quita que en el ejercicio del poder, dentro de
determinadas microculturas familiares, puedan darse situaciones de matriarcalismo
(diferente concepto que el matriarcado), en culturas patriarcales, como
resultado de una imposición de la mujer sobre el marido por la aceptación
cultural de una estructura psicosocial intersubjetiva centrada o focalizada en
el símbolo de la Madre/Mujer.
Ante esta situación caben diferentes posturas políticas, porque
solo desde la política social se puede enfocar y resolver el problema, tomando
medidas que equiparen ambos géneros desde la escuela y redirigiendo toda la
política educativa hacia ese objetivo, que, indudablemente, chocará con los
hábitos y costumbres arraigados en nuestra cultura social y religiosa. Digo
religiosa porque si la Iglesia tuviera el valor de reconocer esa igualdad, y
ejercerla, desmontaría muchos discursos machistas y modificaría la actitud de
sus fieles, pero el anacronismo de su estructura organizativa y posición
respecto al tema no promete demasiado.
En todo caso, el feminismo, bajo mi humilde opinión, nos es de
izquierdas o derechas, sino de una justicia social transversal. Lo que ocurre
es que la tendencia de los partidos conservadores, por definición, no está en
implicarse activamente en cambiar la situación con celeridad (por eso se les
identifica como conservadores), sino en ir modificando las cosas arrastrados
por la demanda. Hay otros casos, como es Vox, del que no se puede esperar
mucho, dada su política de denostación del movimiento, difamándolo y
denigrándolo a través de su confusión argumental, calificándolo de “feminazi” y
otras lindezas carentes de sentido, que solo muestran la ideología que subyace
bajo esas siglas y su desconocimiento del tema y los conceptos que lo definen.
El feminismo no va contra los hombres, sino contra las ideas y actuaciones de
aquellos que bloquean el derecho de la mujer a ser iguales al hombre y
sostienen la ideología supremacista del machismo.
Las revoluciones sociales vinieron siempre de la izquierda en esa
dicotomía (conservadores versus progresistas), por tanto es más lógico que sea
la izquierda quien tome la bandera de la igualdad con más encono, la derecha,
más conservadora, se resistirá al cambio por lógica de ideología.
Pero, si todos los partidos políticos reconocen el problema, y
entienden que hay que poner como objetivo esa igualdad que contempla la
Constitución, cada cual debería apoyar el movimiento feminista y ofrecerle sus
soluciones para el caso, cuestión que luego, visto su programa y actuaciones,
podrá ser validada o no por la mayoría de votantes. Lo que, bajo mi opinión y a
la vista de los expuesto, no puede hacer ningún partido es descalificar el
movimiento y situarlo en el tejado de otro, porque está renunciando a dar una
solución al problema y eso, como gestor de conflictos sociales, lo descalifica
a él mismo, dejando la defensa del derecho de las mujeres en manos del
adversario político con todas sus consecuencias. Claro que cuando se ve que al
diálogo se le llama traición solo cabe pensar que algunos partidos funcionan
con piñón fijo, sosteniendo el anacronismo de sus ideas.
Concluyo que, bajo mi punto de vista, hay que apoyar al movimiento
feminista en su sentido transversal, ya que la mujer está solicitando políticas
de ajuste para conseguir esa igualdad, a las que ningún partido debe retraerse,
al ser un derecho constitucional, y ha de dar, en sus programas, las soluciones
que se les demanda en función de su ideología, para que se acepten o rechacen
con los votos. Otra cosa es que ante la incapacidad de un partido de dar esas
soluciones reclamadas, este acabe tildando al movimiento de partidista, o
pregone y advierta que se está utilizando a las mujeres con fines políticos,
como si el problema no fuera enmarcable en la política, cuando lo que están
intentando las mujeres y hombres del movimiento feminista es utilizar a los políticos
para resolver la anomalía, como es su obligación. El partido que esconda la
cabeza como el avestruz, o dé la espalda al feminismo, y por ende al problema
que denuncia, está cometiendo un grave error por incompetente.