Me
estreno este año con esta reflexión, espero poder compartir con vosotros muchas
otras, mías y vuestras, que nos abran y faciliten el camino de la vida hacia
esa paz de la que hablo.
Una
amiga internauta me manda un e-mail con una frase “propia” que dice: "Si
en cada hogar tenemos PAZ, tendríamos la PAZ EN EL MUNDO". Suena bien. Es más, parece reparadora, o lo
que es lo mismo, dicho esto se siente uno bien, o mejor. El caso es hacer lo
que hacemos todos en estas fechas, proclamar deseos, en su mayoría utópicos, para
seguir estando como estamos. Un deseos es un sueño irrealizado, una forma de
mostrar lo que nos gustaría, pero que no tenemos. Los mismos que proclamamos
esa paz, andamos a la gresca con los otros, los diferentes, los que no piensan
como nosotros, los potenciales enemigos, pues para una guerra, o una reyerta,
hacen falta dos enfrentados, como mínimo. Somos de una simpleza lineal,
causa-efecto y nosotros nunca somos la causa de las desgracias, son ellos, los
otros, los rivales políticos o los enemigos identificados. No tenemos
conciencia de sistema interactivo y nuestro papel en el mismo para llegar a
implementar ese deseo de paz.
Por
tanto, yo creo que, ante de todo, deberíamos poner, junto al deseo, la forma de
conseguirlo. Cómo se fragua ese deseo. De lo contrario estaremos soltando vanas
palabras que solo sirven para dejar mejor a nuestra conciencia. Pero en una
cultura como la nuestra que tiene sus raíces en la propia Biblia, a la par que
es tutelada por las religiones, cuesta mucho creer que, en base a esas
premisas, directrices y dogmas que emanan de esa práctica, se pueda consolidar
una paz en su sentido más amplio.
La
propia Biblia es guerrera como puede verse en los conflictos que los israelitas
sostuvieron con sus vecinos. Siguiendo los “designios de su Yavé” arrasaron
ciudades y mataron a sus habitantes, niños, mujeres y ancianos. Por otro lado,
las religiones bendijeron y bendicen la guerra como forma de conseguir poder,
de imponerse a los no creyentes, de sembrar su propia fe por imposición o a
caballo de las armas que otros compinches enarbolan (léase el poder civil
aliado).
Es
verdad que la paz a lo largo de la historia fue la paz del vencedor, la paz
impuesta por las armas, lo que implica sometimiento del vencido, frustración de
los pueblos oprimidos y guerra latente de odios y sueños de venganza del
derrotado… en suma, la guerra no impone la paz, sino que siembra el odio y, con
él, la semilla de otra guerra. Qué paz se puede pedir de alguien que sostiene:
“Si quieres la paz prepárate para la guerra”. Al fin y al cabo, lo que hace es
neutralizar una guerra latente mediante el miedo equilibrado de unos y otros al
enemigo… No, prepararse para la guerra solo manifiesta la paranoia sobre la
potencial agresión del otro paranoico que tenemos enfrente.
En
la tierra, paz a los hombres de buena voluntad!!! Qué bonita frase hemos
heredado de nuestros ancestros. A los de mala voluntad que les den por…
marginados. No sería mejor decir: “Que
los hombres de buena voluntad siembre de paz en la tierra” e implicarlos en la
realización de ese universal deseo, en lugar de segregarse de los de mala
voluntad…
También
me viene a la memoria aquella famosa campaña del régimen franquista de “25 años
de paz” gracias al Caudillo. Qué cinismo, llamar paz al sometimiento de media
España a la otra media. Confundir paz con orden impuesto por las armas. Pensar
que puede existir paz e injusticia dándose la mano…
Podría
seguir manifestando incongruencias de nuestra cultura, de sus paradojas, pero,
tal vez, sea más oportuno ceñirnos al concepto paz y cómo se puede lograr.
¿Por
tanto, qué es la paz? Para mí la paz tiene dos componentes, uno interno, propio
del sujeto, la paz interior, donde esa paz manifiesta la ausencia de conflictos
internos, intrasujeto; la paz de la voluntad equilibrada, de la conciencia
tranquila, de la ausencia de grandes frustraciones y su tolerancia, junto a una
educación en el entendimiento y comprensión de los demás, en la empatía y el
encuentro, en el compartir y en la ayuda para forjar en justicia un mejor
mundo… El otro componente es externo, estando en relación con el entorno, con
la interacción con los demás, con las emociones, afectos, desafectos y el
conjunto de sentimientos que generan las actitudes y, en consecuencia, las
conductas. En este caso, también la educación es el primordial elemento a
considerar. En ella se asimila la gestión emocional y los valores
convivenciales que nos hacen más pacifistas, humanitarios, sensibles,
comprensivos, condescendientes, universales, etc. O sea, todos aquellos que
neutralicen los conflictos internos y externos de los sujetos y los grupos
sociales.
La
cuestión estaría en cómo hacer que esto cambie hacia una cultura de paz, a una
cultura que dé respuesta a las necesidades de la globalización humanitaria, que
dignifique al hombre y lo lleve al verdadero progreso, que no es precisamente
el material. Ya sabemos que muchos valores del pasado no sirven para una nueva
era, que la tutoría de las religiones solo ha llevado a la confrontación, que
la administración procura gobernar para el poder y quien lo ostenta, que la
educación es alienante y no se enfoca a conductas y valores sociales, que se
potencia la confrontación intransigente desde la televisión y sus fatídicos
personajes de la farándula “rosasalsera”, que las tertulias no enseñan a
entenderse sino a enfrentarse, que no educamos ciudadanos libres y
comprometidos sino sumisos y alienables, que no sabemos entendernos y ceder
cuando el otro tiene la razón pues lo consideramos humillante, que desde lo más
reaccionario quieren seguir haciendo sujetos gregarios en la línea de las
viejas creencias refractarias a cualquier innovación razonable, o sea, corderos
que engorden el rebaño del señor a quines pastorear, que el mercado deshumanizado
nos atrapa en la codicia y el consumismo irracional, que el dinero gobierna el
mundo de la mano de los especuladores de las altas finanzas y un amplio etc.
Todo
esto crea sujetos en conflicto consigo mismo, en conflicto interno, con alta
dosis de violencia que se proyecta en los otros, mediante lo que yo vengo a
definir como externalidad defensiva, (la culpa siempre es de los demás y yo soy
una victima). Pero es que el mundo
tiene, a la vez, una elevada cuota de violencia funcional, nos agrede la
televisión con sus campañas publicitarias, nos inmuniza con sus reportajes
sobre el dolor, la pobreza y la muerte, intenta neutralizar la conciencia
haciéndonos pensar qué suerte tenemos al no estar como los otros, los
necesitados, y eso nos vanagloria por rastrera comparación, a la par que, desde
pequeñitos, nos modela con sus dibujos animados agresivos y sus películas
cargadas de crímenes, furor, rabia, crueldad y bestialidad…
No,
no es este el modelo de sociedad que nos conducirá a la paz. Mientras no haya
paz en cada pecho, en cada uno de los sujetos que conviven socialmente, no se
podrá vivir en paz. Lo demás todo son buenas palabras, buenos deseos, que
destensan la cuerda de la conciencia ante la injusticia, para tranquilizarla.
Estamos
en una encrucijada de primera magnitud para el mañana. Hay que elegir: seguimos
como hasta ahora, potenciando un neoliberalismo irracional y agresivo con el
entorno, que se ancla en el materialismo más acérrimo y que desprecia los
planteamientos humanistas y humanitarios… O nos paramos a valorar esta crisis
cultural para redefinirlo todo, la propiedad privada excesiva, el sistema de
control y de gobierno, el justo reparto de los bienes; a la par que entender al
otro como un semejante con una visión y posición diferenciada en la vida, que
nos permite sumar en lugar de restar o imponer; con el que hay que compartir
(que no quiere decir dar), apoyar, verlo
como amigo y aliado y no como competidor y enemigo o rival… Siembra humanidad y
recogerás humanidad, pues si siembras violencia el fruto será ese, la
violencia, aunque sea velada.
En
conclusión: ¿Quién le pone freno a este tren, cuando los que van conduciendo no
quieren apartarse de esta vía, sino hacer una fuga hacia delante para
enriquecerse más?
¿Quién
y cómo se redefine y supera esta crisis cultural? ¿Quien y cómo se fragua esa
paz interior que es la base de la externa? Está visto que el hombre modelado
por esta cultura, en esta sociedad, es capaz de generar una guerra en la casa
del otro para arrebatarle lo que tiene, sin importarle la destrucción que
genere, la desolación, el sufrimiento y la muerte. Una vez identificado el
enemigo, nuestra cultura lo desviste de valor humano y hace héroes a los
asesinos que provocan su muerte. Esta cultura, esta sociedad, no nos ha hecho,
ni nos hace, para la paz…
Finalmente,
la sociedad es un sistema que lo integran todos y cada uno de los sujetos, cuya
resultante es la interacción entre ellos. Solo cabe ir tomando conciencia de
este hecho para limpiar esa gota de agua que formamos cada uno y contagiar a la
de al lado para hacer de este mar un océano más pulcro y más puro… La clave
puede estar en la educación y la orientación hacia esa paz global y justa, que
se fundamente en el crecimiento y la paz interior, junto a la idea de
universalidad del hombre… O sea, un nuevo hombre menos materialista y más
humanitario…
Cambio,
pues, la frase de mi amiga y digo: “Si consigues tu paz interior estarás
sembrando la paz en el mundo”. QUE EN ESTE AÑO ENCONTRÉIS EL CAMINO DE ESA PAZ.